Aunque de manera no inesperada y en el marco de una crisis económica cuyo desborde no ha sido contenido, Irán amenaza al mundo con el escalamiento global de un conflicto basado en el desafío nuclear y en el chantaje petrolero. Teniendo en cuenta el impacto multidimensional de esa amenaza, América Latina no sólo no puede considerarse esta vez al margen de los acontecimientos sino que debe reconocer, con la gravedad del caso, que varios de sus miembros forman parte del problema y, por tanto, que los demás deben contribuir a su solución.
Más aún, si una escalada nuclear y un entrampamiento geopolítico en el Golfo Pérsico afectará seriamente el crecimiento de casi la totalidad de nuestra región en un contexto en el que los alineamientos de los integrantes del ALBA (especialmente, el de Venezuela) con la potencia iraní constituyen una fuente real de incremento de la amenaza de seguridad consecuente.
De otro lado, una circunstancia añade riesgo a la amenaza: la inminente gira del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, por Venezuela, Cuba, Nicaragua y Ecuador jugará un rol en la crisis. El resto de los Estados del área está obligado a diluir los efectos de esa visita teniendo en cuenta la afectación de sus intereses estratégicos y sus compromisos multilaterales con la no proliferación nuclear. Y deben hacerlo teniendo en cuenta la evolución de la amenaza iraní. Ésta ha transitado de un carácter regional, definido desde 1979 por la teocracia de Ayatolah Joemeini, a una otra de carácter global. Ésta se organizó, quizás a partir del 2002, cuando Irán complementó el ejercicio de su influencia convencional, terrorista y petrolera con el desarrollo de capacidad nuclear militar.
En efecto, fue en ese año cuando la Agencia Internacional de Energía Atómica expresó preocupación inicial por la eventual vocación militar del programa nuclear iraní. Esa preocupación se incorporó a la agenda del Consejo de Seguridad de la ONU en el 2006 cuando, en el marco coactivo artículo del Capítulo VII de la Carta, aprobó la Resolución 1737. Ésta dispuso que Irán adoptara las medidas requeridas por la IAEA para el esclarecimiento de su programa nuclear y suspendiera todas las “actividades nucleares estratégicas desde el punto de vista de la no proliferación”. Estas actividades incluían las de enriquecimiento, reprocesamiento, investigación y desarrollo nucleares y los proyectos relacionados con agua pesada.
Adicionalmente, el Consejo exigió que “todos los Estados” deberían tomar medidas para impedir el suministro, venta o transferencia de equipos y tecnologías relacionadas con esas actividades; cumplir con ciertas normas para el aprovisionamiento de equipos no prohibidos; y evitar la exportación iraní de los artículos prohibidos.
Finalmente, el Consejo exhortó a Irán a cooperar con la comunidad internacional cumpliendo con los protocolos de no proliferación y alentó la solución negociada que promovían Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido, Rusia, China y la Unión Europea.
En marzo de 2007, y en respuesta al incumplimiento iraní, el Consejo de Seguridad añadió, en la Resolución 1747, la restricción de venta y transferencia de armas convencionales a Irán. Con posterioridad, algunas potencias, como Estados Unidos, ha incrementado el bagaje de sanciones, financieras y no financieras, sin mayor resultado.
Frente a la rebeldía iraní, la Agencia Internacional de Energía Atómica (hoy denominada Organización Internacional de Energía Atómica) reiteró, en noviembre pasado, su preocupación por la indisposición de esa potencia a cumplir con las resoluciones del Consejo de Seguridad. Es más, esa entidad llamó la atención sobre la omisión iraní a cumplir con las salvaguardias antiproliferación, con la no suspensión de los procesos de enriquecimiento de material nuclear y tratamiento de agua pesada y, especialmente, con el descarte de la dimensión militar del programa nuclear.
La IAEA ha sido explícita sobre el avance iraní en el desarrollo de un arma nuclear (20% en materia de enriquecimiento). Al respecto su información indica que “Irán ha realizado las siguientes actividades relacionadas con el desarrollo de un dispositivo nuclear explosivo:
-esfuerzos, algunos con éxito, por obtener equipo y materiales de doble uso del ámbito nuclear por personas y entidades del ámbito militar… -esfuerzos por establecer vías no declaradas para la producción de material nuclear… -la adquisición de información y documentación a partir de una red clandestina de suministro nuclear sobre la fabricación de armas nucleares… -actividades sobre la elaboración de un diseño autóctono de un arma nuclear comprendido el ensayo de componentes” (1).
Aunque la vía de la negociación permanece abierta, Estados Unidos y la Unión Europea están estudiando el incremento de las sanciones a Irán (la primera potencia las aplica desde 1995) incluyendo a sus exportaciones petroleras.
Irán ha respondido con la amenaza de “cerrar” el estrecho de Hormuz (por el que se transporta casi todo el petróleo del Golfo Pérsico) previo lanzamiento de una versión mejorada de misiles corto alcance (200kms) y confirmado que cuenta con misiles de largo alcance (2400kms) capaces, de sobra, de golpear a Israel y a Europa.
Este escalamiento se produce luego de que las diversas reuniones del G6 y la Unión Europea no tuvieran éxito, de ataques cibernéticos al comando nuclear iraní y del derribamiento de un drone sobre territorio persa. Tales antecedentes, en el marco del escalamiento (que incluye ataques a la representación británica en Teherán), esbozan un escenario bélico verosímil cuya activación depende quizás menos de la disposición a llevarlo a cabo que del cálculo de probabilidades sobre sus consecuencias.
Y éstas no parecen hoy favorables para un conflicto bajo las condiciones actuales de la amenaza: Estados Unidos está redefiniendo su posicionamiento estratégico, la Unión Europea no está en capacidad de afrontar un conflicto prolongado (en el supuesto de que un golpe quirúrgico al centro nuclear iraní no sea posible o definitivo), Israel quedaría expuesto al furor de los vecinos e Irak ya no es un contrapeso suní en el área.
Sin embargo, el bloqueo del estrecho de Hormuz por Irán sí sería un detonante bélico. Ese bloqueo (que no requiere de gran movilidad de buques sino del uso de otros implementos como minas) pondría en cuestión el acceso a 17 millones de barriles diarios equivalentes al 35% del petróleo que se transporte por vía marítima y al 20% del total global según la Agencia Internacional de Energía.
Por lo demás, el bloqueo pondría en cuestión la eficacia de la 5ª flota norteamericana en Bahrein. Como buena parte de esa presencia se debe a la necesidad estratégica de mantener el Estrecho abierto, la flota debería responder.
De otro lado, quizás Estados Unidos podría encontrar provisionalmente en otros países productores alternativas al aprovisionamiento de 18%% de sus importaciones dependientes del Golfo (la primera potencia no compra hoy petróleo iraní) y la Unión Europea podría hacer lo mismo (aunque la vulnerabilidad de la UE es mayor ya que, importando 50% de su energía, es el segundo mercado de las exportaciones de petróleo iraní con 29% del total). Estas alternativas, sin embargo, no podrían durar mucho mientras que los países asiáticos tienen menos flexibilidad sustitutoria.
El que no tiene esa capacidad es Irán cuya demanda asiática no cubriría su capacidad de oferta. Con una economía debilitada, el rial devaluándose fuertemente y una sociedad que ya ha dado muestras de su capacidad de desafío, el régimen iraní es vulnerable. Las probabilidades de un cambio de régimen no son, en consecuencia, escasas si ello implica sólo al gobierno. Ese cambio, sin embargo, difícilmente implicaría un cambio de orientación de la estrategia del Estado teocrático que es uno de los Estados predominantes del Golfo Pérsico (el otro es Arabia Saudita).
Curtido en la guerra con Irak entre 1980 y 1988 e incrementalmente poderoso en proporción al derrumbamiento de Irak, debe tenerse en cuenta que Irán mantiene una fuerza armada de medio millón de hombre adecuadamente entrenados con un núcleo en torno a los 120 mil Guardias de la Revolución. Si ese núcleo no está debilitado, un ataque no definitivo a sus instalaciones nucleares podría generar una capacidad de respuesta implementada en torno a una estrategia de guerra asimétrica (quizás de desgaste practicada según la experiencia de Hezbollah en Líbano según el United States Institue of Peace) procurando el apoyo del mundo árabe.
Fuera de un probable decaimiento de la eficacia del apoyo iraní al régimen sirio y a las mayorías chiitas de Irak y de un debilitamiento de las capacidades iraníes el resultado de largo plazo de ese conflicto no convencional es impredecible. Salvo in extremis, difícilmente Estados Unidos y la OTAN estén dispuestos, luego de la experiencia en el norte de África, a comprometerse en ese escenario.
En consecuencia, frente al escalamiento del poder nuclear iraní con fines militares sólo queda un ataque total y rápido contra esas instalaciones nucleares, la organización de una estrategia de contención y/o el despliegue de una diplomacia disuasiva. América Latina debe contribuir con en este último instrumento y, de paso, esclarecer qué potencias en el área están interesadas en quebrar el Tratado de No Prolifereación y en instalar en la región un régimen antiliberal, antihemisférico y antioccidental.
Y en relación al eventual bloqueo del estrecho de Hormuz, la región debe contribuir diplomática y estratégicamente a que éste no ocurra teniendo en cuenta los principios de libre navegación y de paso inocente, las necesidades de crecimiento de las respectivas economías y, a manera de ilustración, sus intereses en escenarios más cercanos, como el canal de Panamá.
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