14 de agosto de 2024
En momentos de bajo crecimiento económico, global y nacional, la recuperación de la inversión en el Perú quisiera ser algo más que una buena noticia. Especialmente si ésta es inversión extranjera directa (IED).
Si bien la inversión nacional contribuye más al crecimiento que la de origen externo (en 2023 US$ 6717 millones según Proinversión o US$ 3918 según la CEPAL), ésta tiene mayor escala, atrae tecnología, facilita el acceso a mercados de mayor valor y, con el comercio exterior, es un condicionante de la inserción externa.
Por ello la noticia del cierre de la adquisición por Niagara Energy, integrante del fondo de inversión británico Actis, del 92.3% de las acciones de Enel Generación por US$ 1360 millones tiene un valor superior a su magnitud cuantitativa por varias razones.
Primero, el hecho de que la operación se realizara mediante una Oferta Pública de Adquisición récord en la Bolsa de Valores de Lima destaca la función transaccional del mercado bursátil peruano. Segundo, porque esa operación atenúa el riesgo de una altísima concentración del mercado de energía eléctrica por las empresas China Southern Power Grid (que adquirió Enel Distribución) y China Yangtze Power China, socio de la gigantesca Three Gorges (también china) que adquirió Luz del Sur de la filial norteamericana Sempra Energy en 2020.
Sin embargo, la alta concentración por empresas chinas en el sector energético peruano sigue generando vulnerabilidades que afectan las capacidades nacionales. Especialmente si se complementa, en el ámbito de la infraestructura, con la “exclusividad” en la generación de servicios del megapuerto de Chancay del que, Cosco (otra megaempresa china) es copropietario dominante y multiplicador ejerciendo intensa influencia geopolítica.
Pero no sólo por promover un todavía menguado equilibrio en un sector vital de nuestro mercado la nueva inversión británica (que, con 18% del total, encabeza el listado de origen de IED en el Perú según Proinversión) adquiere un adicional valor estratégico. Veamos.
Si bien la IED se viene recuperando en el Perú (su proyección para este año es US$ 9414 millones), el ritmo es menor en relación a la última década y sigue a una fuerte contracción en 2023 (-65% según la CEPAL).
Ese escaso ritmo inversor es preocupante por dos razones. Primero, porque el monto de inversión extranjera es bastante inferior a los requerimientos de US$ 190 mil millones necesarios para 1600 megaproyectos (CCL). Esa preocupación se atenúa en tanto la nueva inversión británica contribuye en algo a cerrar esa brecha.
Segundo, la preocupación por la lenta recuperación inversionista no se refleja sólo en nuestra incapacidad para competir con los principales destinos de FDI en América Latina (Brasil y México). En efecto, nuestro poder de captación de IED en 2023 se situaba por debajo de la Argentina en crisis, de Chile (US$ 21.7 mil millones), Colombia (US$ 17 mil millones) y hasta de la República Dominicana (US$4390 mil millones) (CEPAL). Si la reciente inversión británica añadiese a la tendencia al alza de la IED una mayor pluralidad de agentes y diversificación sectorial, ésta agregaría todavía mayor calidad a la operación de Niagara Energy.
Esa necesidad es más evidente si el escenario regional está marcado por “trampas” a la inversión que el Perú comparte. Éstas son la “trampa” de baja capacidad de crecimiento actual, la de alta desigualdad (baja movilidad y cohesión social generadores de conflictos) y la de baja capacidad institucional expresada en déficit de gobernanza (CEPAL). A ellas se suman, en un contexto más amplio, la fuerte conflictividad internacional (mal denominada “geopolítica) y una disminución de los flujos mundiales de IED (-2% el año pasado según UNCTAD).
A pesar que la reciente inversión británica ha superado ese condicionante regional, el hecho es que la desaceleración global es acompañada de desigualdad sistémica. En efecto, mientras la IED caía en los países en desarrollo -7% (-8% en Asia, -3% en África y -1% en América Latina), en las economías desarrolladas crecía en 9% (Idem). Si ello fuera anuncio de renovada divergencia estructural, la inversión británica debe evaluarse en ese marco como un intento de recomposición.
Ésta debiera ser seguida por nuestros principales socios occidentales como España (17% de participación en el Perú y que hoy explora el sector agropecuario -Gestión-), Estados Unidos (11% en 2023) o Suiza (Holcim, una empresa líder en el sector construcción, acaba de ingresar al mercado cementero peruano).
Especialmente si el potencial de IED norteamericana no se activa suficientemente en el Perú (es más, Sempra vendió su participación en el sector eléctrico a una empresa china). Si al respecto, la inversión británica no ha esperado a que el mercado nacional logre óptimos de rentabilidad y gobernanza (como quisieran aguardar algunos funcionarios del Banco Mundial para lograr IED), esquemas de cooperación como la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas (APEP, Washington, 2022) podría acelerar el paso para concretar inversiones y no sólo para promover mejoría institucional.
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