En el lapso de cuatro décadas Corea del Norte se ha convertido en una potencia nuclear sólo para anunciar hoy que desea destruir las armas en que sustenta ese status. Tal capricho estratégico no parece verosímil. Pero puede ocurrir en un Estado cuyo dictador ejerce plena voluntad y control internos y en un contexto que desea librarse, sin resguardos, de su hostilidad.
Por lo demás ¿es esto lo que realmente ha propuesto Kim Jong Un al tratar con su vecino del sur la desnuclearización de la península coreana para, eventualmente, lograr un tratado de paz que reemplace al armisticio vigente desde 1953; y quizás hasta la reunificación coreana?
El status, la trayectoria, la política exterior y las maneras norcoreanas dicen que no.
En relación a lo primero, es necesario recordar que ese país ha devenido en potencia nuclear vulnerando todas las disposiciones (Tratado de No Proliferación y otros acuerdos ad hoc) y sanciones de la comunidad internacional; y que es uno de los más reconocidos proliferadores nucleares y traficantes de armas (hasta en el Canal de Panamá se encontraron pruebas de estas actividades).
Por lo demás, desde que en la década de los 80 ese Estado inició su programa nuclear éste ha progresado avanzando hasta donde le era posible para luego tomarse un respiro negociador.
Así ocurrió en 1994 cuando negoció con Estados Unidos un programa de desnuclearización militar a cambio de la obtención de reactores “de uso civil” y luego entre el 2003-2005 hasta el 2009 cuando plantó a Estados Unidos, Rusia, Japón, Corea del Sur y China para pasar a la era satelital. Luego de conversaciones adicionales en 2012 Corea del Norte prosiguió su programa hasta lograr capacidad misilera transpacífica capaz de colocar un cabeza nuclear en Japón o Estados Unidos.
Sustentado en la incondicionalidad de unas fuerzas armadas purgadas sistemáticamente, el rol represor de la dinastía Kim se complementó con una cultura estratégica paranoica, delictiva y notoriamente agresiva.
En ese marco se comprenderá que la potencia totalitaria no tuviera aliados explícitos. Y que tampoco pudiera disponer su alejamiento de una China tutelar (que recibe 90% de sus exportaciones y le provee de energía, alimentos y recursos suficientes para armarse pero que dice no poder controlar a su pupilo). Ese vínculo oscuro se repitió con otras potencias nucleares como Pakistán y quizás alguna conspicua del Medio Oriente.
Nada de ello brinda a las bucólicas ofertas norcoreanas la credibilidad indispensable para proceder sin cuidar cada paso y limpiar cada rincón de ese claustrofílico país. Incluyendo la mente de Kim cuya necesidad de ser odiado para buscar hoy ser amado no es explicable vía Maquiavelo.
Y menos cuando los escenarios de referencia para la pseudo-neutralización son inéditos: ni la desnuclearización misilera de Cuba (que la realizó la URSS) ni la reunificación alemana (que requirió el desbande soviético) son referencias para orientar la primaveral oferta norcoreana ni la reunificación de la península.
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