La intervención de una fuerza multinacional en Haití no es sólo una operación de restauración democrática en un Estado inviable que debe ser reconstruido política y económicamente. Además de ello, constituye una verdadera innovación estratégica en el Caribe, Suramérica y Europa que muestra que Estados Unidos tiende ahora a no operar unilateralmente.
Es verdad que la debacle haitiana ha producido una vacío de poder tan importante en una zona de primera importancia geopolítica para la primera potencia que ha impelido a Estados Unidos a actuar superando problemas de sobrextensión militar y de vulnerabilidad política derivados de la crisis iraquí. Pero la novedad no reside en la decisión de una intervención mayor (1000 a 2000 hombres que luego de estabilizar el área se retiraría parcialmente para monitorear un proceso de reconstrucción nacional de largo plazo), sino en la cobertura multilateral proporcionada por mandato expreso del Consejo de Seguridad de la ONU derivado, a su vez, de una solicitud del Consejo Permanente de la OEA.
Es más, esta acción colectiva se produce cuando el cuestionamiento público de la acción militar estadounidense y de los países coaligados en Irak se incrementa al calor del proceso electoral norteamericano. Consecuentemente, la legitimidad comunitaria de tal acción innova aún más la proyección externa de la primera potencia con un agregado: el reposicionamiento del mandante, la ONU, que recupera un rol que había sido cuestionado en el dominante escenario del Oriente Medio. Esta organización, por lo demás, adquiere hoy un perfil más ejecutivo al optar por su opción más extrema: la de ordenar una intervención militar definiendo la crisis en el pequeño Estado caribeño como "un peligro para la paz y seguridad internacionales".
Más aún, esa decisión, que de paso ha sancionado la legalidad de la transmisión del mando haitiano al reconocer al gobernante constitucional -el señor Alexandre-, ha permitido una recomposición estratégica fundamental en Occidente: la activa participación francesa luego de solicitar la renuncia de Aristide (acción que Estados Unidos niega haber realizado) en la zona de influencia norteamericana más inmediata. La cooperación entre ambas potencias abre las puertas para una colaboración más estrecha entre miembros de la OTAN divididos hasta hoy por la cuestión iraquí en zonas que pueden no ser de su inmediata incumbencia pero percibidas comúnmente como peligros manifiestos.
El potencial de recomposición de la relación transatlántica que esta acción conlleva tiene además un vector latinoamericano. En efecto, si la participación chilena y brasileña en estas operaciones iniciales implica la consolidación de la inserción de estos Estados en el régimen de seguridad colectiva global, también supone una relación privilegiada con los miembros de la OTAN en nuestro propio vecindario. Así, el Cono Sur suramericano adquiere una proyección estratégica de connotación regional y global que, hasta la crisis haitiana, sólo había insinuado.
Esta positiva innovación regional pone en evidencia tres precariedades hemisféricas que es necesario remediar. Primero, las limitaciones del sistema de seguridad colectiva interamericano y de la Carta Democrática han sido peligrosamente expuestas. Ambos procesos requieren inmediato perfeccionamiento. Segundo, la inoperatividad de los países andinos en esta crisis ha sido clamorosa. El caso del Perú, que habiendo ofrecido tropas y equipos a la ONU se ha visto imposibilitado de actuar, es particularmente llamativo. Por razones de seguridad colectiva y de interés nacional, esta incapacidad debe ser inmediatamente corregida. Tercero, si la crisis haitiana ha sido considerada como peligrosa para la estabilidad internacional, con mucha mayor razón de ser la crisis venezolana podría encajar en ese diagnóstico. Venezuela es un país grande (es decir, influyente) pero está en camino de una confrontación de inmenso impacto regional y extraregional.
Mientras venezolanos y latinoamericanos tomamos nota de ello, nuestro deber es contribuir a estabilizar un hemisferio que se va tornando cada vez más volátil y perfeccionar nuestra inserción en el sistema de seguridad colectiva regional y global a la brevedad.
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