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Alejandro Deustua

Fuerte Pero Insuficiente Incremento de la Inversión Extranjera Directa en América Latina

En el 2011 el flujo global de la inversión extranjera directa (IED) se incrementó vigorosamente (17%) frente a los retrocesos de 2008 (-11.5%) y 2009 (-32.1%) y en relación a la ligera recuperación del 2010 (8.8%). Del total de US$ 1.51 millones de millones que fluyó por el mundo el 2011, US$ 153.5 mil millones fueron acogidos en América Latina y el Caribe. Ello representó un incremento de 31% en la región que duplicó el promedio de aumento global según la CEPAL (1).


Las buenas noticias no se limitan a esa muestra de dinamismo: la “región” incrementó también su participación en los ingresos totales de IED totales (hasta 10%). Y la fiesta estadística continúa: en el 2011 varios países suramericanos registraron récords de recepción. Entre ellos sobresalieron Chile (US$ 11822 millones), México (US$ 9640 millones) y Colombia (US$ 8239 millones). El Perú, con US$ 7328 millones, se pudo sumar, como receptor, al entusiasmo de los receptores de IED.


Para mantener el espíritu en alto en un contexto incierto, la CEPAL nos ofrece, adicionalmente, una optimista prospectiva. En el 2012 la región seguirá siendo atractiva para la IED debido a las oportunidades generadas por políticas universalmente reconocidas (con las excepciones del caso, por cierto). Sin embargo, ello dependerá de que la crisis europea no encarezca demasiado el costo de esos flujos y de que los precios de las materias primas sigan altos. A pesar de esos condicionantes, CEPAL estima su proyección en US$ 150 mil millones (apenas algo menos que en 2011) cuya materialización estima en un rango de probabilidades de tendencia positiva (entre -2% y +8%). Pero, reconociendo estos magníficos resultados, parece prudente reflexionar sobre sus factores estimulantes. Ello es indispensable en un contexto de crisis financiera en los países de origen de la inversión. Especialmente si la Unión Europa, que atraviesa la peor crisis de postguerra, sigue siendo el principal inversionista en Suramérica y si los dos factores mencionados (el costo del capital proveniente de Europa y los altos precios de las materias primas) son factores exógenos sobre los que las economías de la región no ejercen ninguna influencia (las altas prima de riesgo en España e Italia p.e. y el precio obedece más a la demanda). De ellos, uno es sistémico para Suramérica en tanto recibe inversión extranjera que consolida la estructura primario exportadora del área: los mayores flujos, excepto en el caso de Brasil, se orientan a la explotación de materias primas. De ello se deriva una primera conclusión: en materia de inversión extranjera América Latina en su conjunto es altamente sensible al devenir financiero de Europa mientras que la vulnerabilidad ligada la concentración en el sector primario es principalmente suramericana. En efecto, si la inversión extranjera en México y Centroamérica se realiza mayoritariamente en los sectores servicios y de manufacturas (53% y 40%, respectivamente) mientras que sólo 8% va al sector primario en México, lo contrario ocurre en Suramérica que es el mayor recepetor. En segundo lugar, existen problemas de balance de ingresos y salidas de capital. La CEPAL reporta que cuando se comparan reinversión y repatriación de utilidades (esta última a un ritmo de US$ 20 mil millones anuales) el resultado sigue siendo favoreciendo a la repatriación (aunque de manera decreciente en tanto en el 2011 la reinversión aumentó hasta el 46%). Si la crisis europea se profundiza, la correlación entre ambas corrientes podría revertirse nuevamente en tanto se incrementaría la repatriación de utilidades por requerimientos de capitalización (especialmente de bancos insolventes) o por necesidad de consolidar el patrimonio de empresas matrices. Sobre el particular los países de la región debieran identificar a aquellas empresas europeas menos necesitadas de arraigo en el Viejo Continente y más dispuestas a diversificar sus colocaciones para beneficiarse de las oportunidades derivadas del incremento de la influencia de las economías emergentes en el crecimiento global (cuestión que no está consolidada y cuya magnitud –2/3 del total según algunos- puede ser temporal). En tercer lugar, la inversión extranjera está lejos de ser sectorialmente uniforme. En términos de flujo, el destino de esas corrientes es cualitativamente distinto si se compara México y Centromérica con Suramérica. Como dijimos, las primeras se orientan principalmente a los servicios y la manufactura mientras que las segundas se orientan a la explotación de materias primas. De ese patrón sólo se excluye Brasil donde la inversión concurre a otros sectores de la economía en proporciones muy superiores a la se orienta a los recursos naturales. La persistencia de esos flujos genera también diferencias sistémicas dentro de la región. En efecto, la inversión que concurre a Suramérica ha sido consistentemente superior a la que se orienta a Norteamérica (excluyendo a Estados Unidos y Canadá) a lo largo de la década. Así, en la primera mitad de la misma el monto orientado a Suramérica fue de US$ 38003 millones mientras que el que correspondiente a México y América Central fue de US$ 25863 millones. Esa diferencia se amplió en 2010 cuando Suramérica obtuvo US$ 89632 millones y México/América Central recibieron US$ 26252 millones. Esa primera asimetría es desbordada por la capacidad receptora de Brasil equivalente a más de 50% de la inversión en Suramérica tanto en el período 2000-2005 (US$ 19197 millones en promedio anual) como en el segundo (en el 2010 obtuvo US$ 48506 millones). Esta inmensa ventaja es calificada por la inversión con componente tecnológico superior distanciándose tanto de México (US$ 20208 en 2010) como de Argentina (apenas US$ 7055 millones en 2010). El descenso de Argentina, en otras épocas un “país grande” en la región, tiene dimensiones estructurales en el área en tanto es sistemáticamente superada por Chile y Colombia en la década (y por Perú en los últimos dos años). En el escenario extrarregional debe tenerse presente otro factor sistémico: si bien la Unión Europea se mantiene como primer inversionista en América Latina, la región es consistentemente superada por la recepción asiática de IED (estimulada también por la UE entre otros agentes). Este fenómeno, de ya vieja tradición, continúa incrementando una brecha en la cuenca del Pacífico y generando el consiguiente desequilibrio. Efectivamente, si en 2007 y 2011 la participación de América Latina y el Caribe en la IED global fue de 5.9% y 10.2%, respectivamente, la de Asia y el Pacífico fue de 13% y 22.7%, respectivamente. La buena noticia al respecto es el incremento de la participación absoluta latinoamericana en el mercado de IED y el sostenimiento de la relación de participación en relación al Asia (aproximadamente 2.2). La mala noticia es que el mantenimiento de ese ratio esconde una acumulación de capital creciente en Asia estimulada por la concurrencia de la IED que América Latina no atrae (y que quizás, por deficiencias infraestructurales, no sería capaz de absorber). Finalmente es necesario tomar nota de que esta fenomenología ocurre en un contexto en el que los países desarrollados viene perdiendo participación en el flujo de IED (de 66.3% en 2007 a 49.9% en 2011) en beneficio de los países en desarrollo y economías emergentes. Este fenómeno se traduce de manera aún incipiente en América Latina a través de la inversión de agentes latinoamericanos en el mercado regional mediante empresas denominadas “translatinas”. Sin embargo, su número y rango de acción debe incrementarse si América Latina desea superar una inserción ya mejorada pero aún superada por la intensidad de la competencia que plantea Asia. Especialmente si el reporte de CEPAL menciona interesantes flujos intrarregionales de origen mexicano, chileno, colombiano y argentino pero no menciona que entre las primeras 200 empresas del mundo sólo aparecen siete latinoamericanas de las que seis son brasileñas (Petrobras, Itaú, Bradesco, Banco do Brasil, Vale, Itausa) y una mexicana (América Móvil) (2).


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