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  • Alejandro Deustua

Estados Unidos y el Segundo Abismo Fiscal: Decidiendo No Decidir

Las crisis económicas sistémicas han derrumbados gobiernos, cambiado el orden interno de Estados (p.e América Latina), sentado las bases de nacionalismos totalitarios que conducen a guerras (p.e. la crisis de 1929) y hoy pueden también derruir el pilar materia de una civilización por mala gestión gubernamental (p.e. Occidente).


Este es el caso de las crisis fiscal norteamericana y financiera europea. Si la primera escapó a la recesión en 2009, hoy muestra el inmenso grado de deterioro del tejido político norteamericano a la que se añade un toque mágico: el cambio perceptivo que presenta la crisis fiscal como tolerable cuando es insostenible. La segunda, en cambio, ha destruido el estado de bienestar europeo y sometido a una ciudadanía ilustrada y encumbrada en el liderazgo global a la humillación del desempleo, la bancarrota y la extraordinaria capacidad de desencaminarse nacionalmente halada por el fantasma del euro (p.e Italia).


En el caso norteamericano, la más alta discrecionalidad para mantener una política monetaria laxa y arbitraria (es decir, al margen de su impacto global) ha llegado a niveles extremos. Hoy se expresa en una inmensa emisión de dólares (US$ 40 mil millones al mes hasta que el desempleo baje a los alrededores del 6%), en la libertad con la que los bancos pueden retener liquidez sin generar crédito (luego de haberse beneficiado de inmensos salvatajes públicos) y en un escuálido crecimiento. Ello ha permitido que la primera potencia no se hunda en una segunda recesión. Pero también ha hecho sitio para que un sistema bipartidista que se presenta como ejemplar ante el mundo, se permita incumplir con negociar los términos de la estabilización macroeconómica de su país.


Atrincherados en armaduras ideológicas y protegidos por ese premio a la indecisión que permite el recorte automático de gastos que estableció el Acta de Control Presupuestario en 2011 para evitar el default norteamericano, los partidos Demócrata y Republicano han decidido no decidir poniéndose en manos del destino.


Tamaña irracionalidad, impropia de una superpotencia, implicará una reducción automática del gasto para el año fiscal en curso de US$ 85 mil millones como primer tramo de un proceso de recorte de US$ 1.2 trillones en una década. Este primer tramo implicará una desaceleración del crecimiento de 0.6% este año cuando, sin el recorte, la proyección de la perfomance norteamericana era sólo de 1.5%/2% dependiendo de la fuente.


Aunque ese impacto será producto apenas de la mitad del recorte (el resto se saldará a costa de programas que terminan el próximo año), la desaceleración de 2014 irá aparejada de 7.4% de incremento del desempleo (ver CFR).


Por lo demás, en tanto los recortes se dividen entre todos los sectores civiles, de un lado, y el sector Defensa, del otro, éste recibirá el mayor impacto este año (9%) en un marco total de recortes por US$ 500 mil millones en 10 años.


La evaluación política del impacto en este sector está dividida según el Council of Foreign Relations. De un lado están los que asumen que el recorte producirá la más seria crisis de aprestamiento militar en una década (el ex -Secretario de Defensa León Panetta), una fuerte limitación a la capacidad de respuesta del Estado, una seria degradación de capacidades norteamericanas y la consecuencia disminución de la proyección de poder de la primera potencia. Y del otro, están los que intuyen que el recorte no es tan mala idea en tanto los US$ 500 mil millones se deben reducir de todas maneras si la fuerza militar norteamericana aspira a mantenerse sustentable. En este caso, no nos corresponde dirimir quién tiene razón.


Pero el último argumento es la coartada que esgrimen los que, de un lado y otro en el sistema político norteamericano, han abdicado de sus responsabilidades. En apariencia, ellos piensan que en tanto los recortes deben realizarse de todas maneras, no es rentable perder capital político en una discusión sobre cómo proceder. Menos si las diferencias ideológicas llegan al extremo de recusar la necesidad de incrementar impuestos en un caso (los republicanos) y los que no entienden de razones a la hora de salvar programas previsionales insostenibles (parte de los demócratas).


A pesar de ello, la opción por la indecisión viene dando dividendos: bajo las condiciones actuales –y a pesar de los grandes programas de estímulo monetario- la economía norteamericana ha recortado US$ 2.7 trillones de dólares en tres años con la perspectiva de reducir el déficit fiscal a 4% en el 2014 y 2.5% en el 2015 además de llevar la deuda a cerca de 70% del PBI (luego de haber bordeado el 100%) (Kahn en CFR).


Si estos son los pronósticos ¿cuál es, entonces, el problema? Pues que el desborde del ajuste fiscal se lleve de encuentro, sin miramiento ni evaluación alguna, programas imprescindibles para el buen orden de la sociedad norteamericana y de su aparato de Defensa. Si ello ocurre, como ha empezado a ocurrir, la pérdida de credibilidad de Estados Unidos como primera potencia mundial será mayor en el intento no de recuperación hegemónica, sino de organización de tránsitos viables en el sistema y la comunidad internacionales.


Frente a la incapacidad de establecer cauces –no vigas estructurales- Estados Unidos puede perder también autoridad para reclamar gobernanza internacional y nacional. Ello puede abarcar la credibilidad en su moneda (alguien se acuerda de 1971-1975?). Especialmente si la especulación se apodera de los mercados financieros que han decidido, en menos de un par de meses, que lo que ocurre no sólo ha dejado de ser dramático sino que hoy es la forma de proceder en la bolsa de valores neoyorquina (el Dow desea mantenerse por encima de los 14000 puntos y a pocos corredores les interesa que la economía norteamericana sea nuevamente degradada).


El Ejecutivo y el Congreso norteamericano están en la obligación de ponerse de acuerdo. Especialmente si la desaceleración económica es una realidad que impactará nacional e internacionalmente. En América Latina México y Centroamérica, que dependen más del dólar y del mercado norteamericano, sentirán primero el impacto. Lo demás es contagio que puede ser lento o no. Pero bajo las actuales condiciones éste puede ocurrir más rápido de lo que los congresistas norteamericanos piensan. Éstos todavía tienen un plazo legal para ponerse de acuerdo: el 27 de marzo cuando se empieza a implementar todo el recorte para el sector Defensa.


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