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  • Alejandro Deustua

EEUU se Aleja de la Región en Medio de la Crisis Venezolana y de un Creciente Vacío de Poder

Mientras en Venezuela la crisis se escalaba gravemente y la presidencia de la Asamblea Nacional llamó a mayor movilización popular y a “reflexión” a la Fuerza Armada, la ex -Canciller Rodríguez montó un espectáculo en Cancún coreografiando el retiro de su país de la OEA. En ese escenario, que es también el de la rápida pérdida de influencia de Estados Unidos en la región y el mundo, el Secretario de Estado norteamericano brilló por su ausencia.


La inasistencia del Sr. Tillerson a la Asamblea General de la OEA podría excusarse en el hecho de que no deseaba presidir un nuevo fracaso hemisférico en la búsqueda de una solución democrática en Venezuela (siempre fue evidente de que no se lograrían los dos tercios de los votos necesarios al respecto). O en que no quería confrontar la realidad del poder desafiante de los miembros del ALBA ni el de los países isleños vinculados a Petrocaribe. O que simplemente deseaba evitar ser tratado como punching ball imperialista por la red cubanófila de la región.


Pero, a la luz de extraordinaria magnitud de la catástrofe venezolana, dejar que ésta siga su sangrienta y desestabilizadora deriva fue definitivamente, en el marco interamericano, la peor opción.


Su responsabilidad es más grave aún porque no ocurre como falla episódica de la política exterior de la primera potencia o como ineficiente expresión de su interés hemisférico. El error circunstancial no es parte aquí del enorme vacío estratégico que Estados Unidos está provocando de manera deliberada en el área mientras éste incrementa el potencial de impacto de las violentas fuerzas centrífugas que emergen del norte suramericano.


Abocado a la denuncia de acuerdos comerciales y climáticos caros para América Latina (el TPP, el NAFTA, el Acuerdo de París sobre Cambio Climático), a la cancelación, sin alternativas, de la cuestionable apertura a Cuba y a la exclusividad del trato bilateral con los países del área (que, sin más remedio, siguen desfilando por la Casa Blanca), Estados Unidos ha depuesto toda aproximación plurilateral al Hemisferio Occidental.


En el camino está abriendo las puertas al libre juego de China (especialmente en los ámbitos financiero, de infraestructura y de recursos básicos) cuando esa potencia actúa en el área sobre la base del gran diseño en escenarios de influencia geopolítica para su creciente proyección de poder.


Lo mismo ocurre con Rusia aunque, de momento, más limitadamente por falta de recursos, alcance y capacidad de maniobra copada como está la potencia euroasiática en Europa del Este y el Medio Oriente. Rusia ahora influye a través de Cuba (que tiene gran poder específico de inteligencia y control social) y de un instrumento largamente experimentado en la región: la venta de armas (tanto para la represión interna como para la defensa aérea en el caso de Venezuela).


La decisión norteamericana de concentrar en la relación con México su aproximación al resto del área (la renegociación del NAFTA y el muro antimigratorio) no sólo revela ceguera estratégica sino que niega a los Estados Unidos el rol de organizador hemisférico al margen de su deteriorada capacidad hegemónica.


Bajo esas condiciones su primacía estratégica se terminará midiendo exclusivamente por capacidades antes que por poder de interacción. Especialmente cuando éste parece haber sido cedido inercialmente a la iniciativa de los propios latinoamericanos (que procuran aprovecharla sólo bilateralmente luego de digerir los insultos del candidato Trump).


La evidencia de esta situación no puede estar mejor ilustrada que por la persistente omisión del Presidente norteamericano de designar al Subsecretario de Asuntos Hemisféricos (la más alta autoridad del Departamento de Estado para el entendimiento con América Latina y el Caribe) y a otros funcionarios clave de esa institución como lo recuerda Oppenheimer (el peor resultado de esta realidad provino del Presidente Kuczysnski quien, a falta de una relación institucionalmente intermediada, recordó que el comportamiento norteamericano con sus vecinos parecía ser semejante al del amo con su “perrito faldero”, figura tan explotada por la agresividad de la ahora reemplazada Canciller venezolana).


Ciertamente no es ésta la primera vez que la deliberada marginación de Latinoamérica por Estados Unidos ocurre después de la Guerra Fría.


En efecto, una vez que los propios latinoamericanos liderados por el Brasil en lo económico y por el ALBA en lo político se ocuparon de desarmar el consenso liberal en el área (el ALCA y la operatividad de la Carta Democrática), el presidente Bush dejó de lado toda prioridad regional (incluyendo un acuerdo migratorio y laboral con México) para atender la amenaza terrorista y su secuela de guerras en el Medio Oriente. Y la forzada “asociación entre iguales” del presidente Obama llevó implícita la realidad de que cada uno era tan diferente que bien podía actuar, en consecuencia, en el marco de un laxo formato principista y de una corta agenda temática.


Pero nadie como el señor Trump se ha desligado del Continente tan esforzadamente. El lema de “America first” extrajo de la región, a su juicio, indispensables dosis de valor estratégico para los Estados Unidos.


Si no es esto algo que los americanos deseemos ni podamos darnos el lujo de consolidar, nos toca tomar la iniciativa para diseñar una estructura hemisférica estratégica relevante. Para ello se requiere, sin embargo, que los factores de cohesión superen a los que fragmentan.


Lamentablemente, los segundos son los que priman en el caso venezolano convirtiendo a la dictadura de Maduro en el gran desarticulador del área. Debemos revertir esa situación para plantear a Estados Unidos una nueva y relevante relación y que la primera potencia retorne a sus cabales en América.


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