Sin sorpresa para nadie los electores norteamericanos acaban de producir el cambio de balance de poder interno más radical desde el fin de la Segunda Guerra. Siguiendo el camino de las encuestas y de su pésimo humor estos ciudadanos han devuelto a los Republicanos al poder legislativo y estadual luego de que su último conductor Ejecutivo dejara a la primera potencia embarcada en dos guerras sin victoria y en una crisis económica sistémica. Tal es la magnitud de la prevista derrota del partido Demócrata y del Presidente Obama.
Las explicaciones pueden parecer redundantes: políticas económicas insuficientemente eficaces en su alcance promotor (Krugman) o en su dimensión comunicativa (Obama), incapacidad para lidiar con la fragmentación social radicalizada por el Tea Party, desmoralización colectiva a pesar de la universalización de la cobertura médica (una manifestación directa del desempleo) y hasta una percepción colectiva de indecisión en el conflicto afgano (un incremento de fuerzas en el área acompañado de una fecha arbitraria de retiro).
Lo que no es redundante y sí preocupante es el riesgo de una parálisis gubernamental derivada del previsible conflicto entre el Legislativo y el Ejecutivo en un escenario global de creciente incertidumbre. A disminuir esta preocupación no ayuda la complacencia de la prensa Demócrata que se refugia en el pasado aludiendo a ejemplos de recuperación presidencial luego de derrotas en elecciones intermedias (el caso de Clinton en 1994). Y también las señales de indecisión que, a pesar de su rotunda victoria, emiten los Republicanos en torno a sus propósitos específicos de reducir el déficit y rebajar impuestos al mismo tiempo.
La primera reacción no tiene en cuenta que en 1994 el señor Clinton no tenía que presidir un Estado sometido a presión sistémica y la segunda parece no tomar en cuenta el costo político de la irresponsabilidad cuando se juega con el apoyo masivo (especialmente el de los independientes).
Por lo demás, la complacencia de ambas reacciones parece cobijarse en una circunstancial recuperación del empleo en octubre (aunque a tasas incapaces de afectar el 9.6% de la proyección anual de desocupación), en la exaltación de los mercados bursátiles generados por el “relajamiento cuantitativo” del FED y en la particular percepción de que el consumo estaría felizmente al alza (Stratfor lo considera, increíblemente, masivo).
Los síntomas que llevaron a la revolución electoral de noviembre en la primera potencia no desaparecerán por estas noticias que están lejos de marcar tendencias. Y menos si la marcha del proceso gubernamental de la primea potencia no se destraba. En efecto, si en lugar de acuerdos bipartidistas ad hoc para trabajar en áreas específicas (cuestión bien diferente a un imposible entendimiento general entre Republicanos y Demócratas) se presenta sólo una lucha por el poder con la mira puesta en el 2012, Estados Unidos, cuyo rol en el mundo es indispensable, seguirá convirtiéndose en un agente generador de incertidumbre global además de seguir perdiendo influencia con perjuicio para todos.
Estos acuerdos deben considerar el interés nacional y el social y acomodar los costos correspondientes sin sacrificar los éxitos del gobierno. Entre los primeros se encuentran, por ejemplo, los regímenes ya contratados para reducir la proliferación nuclear (el caso del los acuerdos START con Rusia). Y entre los segundos, el establecimiento de la cobertura médica universal. Sobre este último podría acordarse, por ejemplo, rebajar su costo de US$ 938 mil millones en 10 años sin sacrificar el programa ni su eficacia. A cambio los Republicanos podrían evitar la impresentable e ineficaz prolongación de la rebaja de impuestos a los ricos establecida por el presidente Bush. Al respecto, el presidente Obama, sin embargo, parece estar concediendo esta facilidad por un tiempo según los medios. Ello le restará aún mayor credibilidad.
En el complejísimo mundo de la política interna norteamericana el universo a transar es inmenso. Ello ha llevado a algunos a plantear escenarios ideales pero poco prácticos. Así, por ejemplo, Paul Krugman insiste en plantear un segundo y más ambicioso paquete fiscal para asegurar la recuperación sin tener en cuenta que la minoría Demócrata no tiene ninguna posibilidad de establecerlo por sus propios medios.
Más allá de las deficiencias del TARP, al que los bancos le deben la vida, y de las insuficiencias del plan estímulo de cerca de US$ 800 mil millones que plantea Krugman, lo lógico es empezar por revisar el sofisticadísimo presupuesto del 2011 teniendo en cuenta que el del 2010 ya se redujo 11% en relación al del 2009.
Lo que no se puede hacer es sugerir, como hoy ocurre públicamente, que en tanto el Presidente Obama no podrá hacer mucho internamente (quizás, ni siquiera pasar alguna legislación favorable antes de que los nuevos congresistas asuman funciones), el Ejecutivo debe intentar lograr “éxitos” en política exterior.
Esta propuesta es irresponsable e insustentable. Lo primero, porque no tiene en cuenta el hecho evidente de que la capacidad de influencia norteamericana ha decaído notablemente (al punto que ha querido ser rescatada por excéntricas interpretaciones como el “smart power”). Segundo, porque ello llevaría de nuevo, pero bajo condiciones internas y externas que no lo admiten, a un conflictivo unilateralismo Y tercero, porque la libertad de acción que algunos asumen (Stratfor), sencillamente no existe (la política exterior económica es fuertemente dependiente del Congreso y la de seguridad tiene en esa institución un contrapeso importante aunque menor que en los campos del comercio exterior).
Esta irresponsable sugerencia, sin embargo, ya está en marcha. En efecto, la disposición unilateral del FED de disponer de US$ 600 mil millones para la compra de bonos con el propósito de reducir los rendimientos de largo plazo e incrementar la liquidez es muestra de ello. Al respecto se podrá alegar que el FED que actúa con fines internos y que es independiente, pero nadie puede negar que su vinculación con la Secretaría del Tesoro en estos tiempos de globalización. Pero ese no es el problema. El problema es que esa política (QE2 o relajamiento cuantitativo 2) afecta a socios de todos los niveles quizás menos al adversario económico (China).
En efecto QE2, apreciará más al euro, afectará las exportaciones europeas (con especial impacto en Alemania) y obligará al Banco Central Europeo a actuar bajo presión. Es verdad que el comportamiento europeo (el ajuste restrictivo) ha sido hasta ahora contrario al incremento de la demanda deseado por Estados Unidos, pero también lo es el hecho de que Estados Unidos toma esta medida anticipándose a la reunión del G20 (Corea del Sur, 11 de noviembre) que debería procurar retomar la coordinación financiera que se logró para la constitución de las políticas de estímulo adoptadas para combatir la crisis.
El resultado es que la decisión del FED probablemente ha reducido adicionalmente la posibilidad de cooperación voluntaria e incrementado la de la coordinación por presión y la tendencia al escalamiento de las “guerras cambiarias” que eventualmente pudieran terminar en “guerras comerciales”.
El escenario de la promoción de la cooperación por presión, que es bien poco sostenible, es sin embargo, alentado por algunos que piensan que Estados Unidos debe hacer pesar el valor de su mercado y de su moneda. Estos imprudentes señores prefieren tener en cuenta estos hechos sin su contraparte: la existencia de otros mercados en el escenario global y el hecho de que el dólar es cada vez más cuestionado como moneda principal de reserva.
Por lo demás, el impacto que causará la decisión del FED sobre las economías emergentes es bastante desestabilizador. El gran flujo de capitales que se orienta a estas economías atraídas por el diferencial de tasas de interés obliga a éstas a imponer sobre él medidas preventivas que pueden incrementar la legítima propensión de los gobiernos nacionales a intervenir para no importar inflación y contener la devaluación de sus monedas. Después del costo pagado por las reformas económicas en estos países y del reconocimiento logrado por ello, el FED está atentando contra ellas sin garantía alguna de que no volverá a hacerlo.
El resultado del mal humor consecuente lo veremos más allá del 11 de noviembre. Pero puede darse por descontado que ello le dará a la China el pretexto suficiente para manipular aún más el tipo de cambio y para embarcarse en asociaciones económicas estratégicas que dibujen el terreno para una “guerra cambiaria” de verdad en un contexto de seguridad asiático crecientemente inestable.
Como puede verse, el éxito de la política exterior en este necesario es poco probable y ciertamente no es de corto plazo. Bien harán los nuevos congresistas en ayudar a consolidar una política exterior responsable antes que “exitosa”. Al respecto, la agenda es grande. Ésta, que debiera incluir a la América Latina, es de largo plazo y ya está bastante cargada con Afganistán, Rusia, China, Corea del Norte, Cuba, el cambio climático, los conflictos regionales (especialmente el del Medio Oriente), el terrorismo global. Para esto se requiere trabajo cooperativo. Estados Unidos no puede darse el lujo de dejar de dar el ejemplo.
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