Luego de recibir en La Paz al presidente iraní y suscribir acuerdos de cooperación política y económica con el representante de uno de los Estados más cuestionados por su predisposición a la proliferación nuclear y al patrocinio del terrorismo, el presidente Morales ha fortalecido el carácter desestabilizador de su gobierno.
Si el presidente boliviano se propuso inicialmente "refundar" su Estado y progresó luego hacia la erosión de la integración regional, ahora desea un inalcanzable rol extrarregional. Con ello quizás pretenda sustentar su pérdida de apoyo interno compensándolo con una fuente todavía mayor de poder externo. Ello pasa por la radicalización la división suramericana en el marco de la "lucha anti-imperial" que patrocina Venezuela.
Los que advertimos desde el 2003 que Bolivia se convertiría en un muy preocupante foco de inestabilidad geopolítica en el área no podemos felicitarnos por la confirmación de un pronóstico que ha sido superado por la megalomanía del presidente Morales, su organizado sectarismo y el extraordinario apoyo venezolano frente al cual los países de la región prefieren guardar el más irresponsable de los silencios.
En efecto, no contento con haber patrocinado la fragmentación nacional, fracasado en su intento de brindar al proceso de movilización social un mínimo orden legal e intentar desestabilizar a sus vecinos (el sur del Perú) a través de la denominada "diplomacia social", el presidente Morales otorgó al presidente Chávez carta blanca para influir en los acontecimientos de su país en todos los ámbitos y de manera abiertamente disociadora.
El resultado geopolítico de la influencia venezolana y de su mecanismo institucional (el ALBA) ha sido la infiltración de una cuña caribeña de fuerte carácter antisistémico en el corazón suramericano cuyos resultados superan, de lejos, a los esfuerzos cubanos impulsados a través de la guerrilla guevarista. Esa perversa influencia caribeña dominada por el vínculo cubano-venezolano se ha multiplicado ahora con la incorporación de uno de los mayores agentes del conflicto del Medio Oriente al espacio central suramericano. Ello afecta directamente a Perú, Brasil, Argentina y Chile.
Pero esa innovación geopolítica ha adquirido, además, una triple escala global. Primero, al forjar Bolivia una alianza con Irán, ese vecino se abre a la influencia del fundamentalismo islámico, factor que alterará el carácter de su débil Estado. Segundo, Bolivia se suma a esfuerzos internacionales orientados a erosionar la economía de mercado en la región ("erradicar el capitalismo", dijo en la ONU, antes promover una mejor distribución de los beneficios). Tercero, Bolivia, por su falta de poder, se convierte en mecánico instrumento de "lucha por la multipolaridad" (cosa bien distinta a una legítima aspiración de largo plazo de los Estados prudentes).
Si el presidente Morales sólo hubiera deseado mejorar su relación con el Medio Oriente podría haberlo hecho a través de Israel, Jordania o Egipto. Pero ha preferido el patronazgo iraní en la esperanza de financiamiento (US$ 1 mil millones en cinco años, además de un programa de cooperación de innumerables capítulos), de "influencia diplomática" (el voto en la ONU y en otros foros) e "influencia estratégica" (el apoyo a un proliferador de armas nucleares y conspicuo promotor del terrorismo islámico incrementa su valor como aliado chavista y baluarte antinorteamericano y antioccidental).
Si, como sostenemos, Bolivia no tiene el poder suficiente para sustentar esa alianza, dependerá incrementalmente del aliado. Sin embargo, el presidente Morales probablemente piense que ello no importa si tal paso le permite fortalecer el impacto de su discurso "anticolonizador" (el presidente boliviano ignora, entre otras muchas cosas, que el proceso global de descolonización acabó hace ya algún tiempo) y fortalecer la eficacia de su ideología nativista.
El resultado de esa extraordinaria irresponsabilidad será el incremento de la confrontación con Estados Unidos (a quien demandó el cambio de sede de la ONU) y la Unión Europea (la complicación de la negociación del acuerdo CAN-UE), una mayor desconfianza regional (que algunos cancilleres no se atreven a expresar) y la facilitación de un canal que incremente el impacto en Suramérica del conflicto del Medio Oriente y de las amenazas globales que éste genera.
Los que, como Brasil y otros Estados, creían que Suramérica tenía una posición privilegiada por estar geográficamente lejano de los principales conflictos bélicos, tendrán que repensar su posición. Bolivia, inducida por Venezuela, está acelerando peligrosamente ese cambio geopolítico.
Y si en un principio quizás los agentes de ese cambio no serán institucionales, por ahora, sentiremos el impacto de los agentes informales que intentarán desestabilizar a gobiernos democrático-representativos y erosionar economías de mercado sin distingos. Quizás el presidente Morales no sepa lo que ha hecho.
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