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Alejandro Deustua

El Nobel y la Unión Europea

El Premio Nobel de la paz es quizás el reconocimiento de mayor legitimidad global al esfuerzo realizado por una persona en procura de esa aspiración humana. Su otorgamiento a la Unión Europea confirma que este reconocimiento también puede ser entregado a una entidad con un propósito político. Ello le otorga al Premio una dimensión instrumental.


Si se interpreta estrictamente la voluntad de Alfred Nobel de entregar ese reconocimiento sólo a “personas que hayan realizado el mayor o mejor esfuerzo” en procura de la paz (Nobel.org), el Premio debería recaer sólo en personas naturales. En una interpretación más lata, sin embargo, la “persona” premiada puede ser también una entidad o persona jurídica.


De hecho, la Organización del Premio Nobel, ha reconocido a estas entidades, de mayor o menor complejidad, desde 1904 cuando otorgó dicho lauro al Instituto de Derecho Internacional iniciando una práctica que continuó con el Buró Internacional de la Paz (1910), la Oficina Internacional Nansen para los Refugiados (1938) y el Comité Internacional de la Cruz Roja (1944).


Esa práctica siguió en la postguerra cuando fueron reconocidos el Consejo de Servicio de los Amigos (una organización cuáquera) e instancias propias o ligadas a las Naciones Unidas (la Oficina del Alto Comisionado para los Refugiados -1954 y 1981-, UNICEF -1965-, la OIT -1965-, las Fuerzas de Mantenimiento de la Paz -1988-, la Secretaría General de la ONU -2001- la Agencia Internacional de Energía Atómica en la persona de Mohamed ElBaradei-, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático representado por Al Gore-).


Además han sido premiadas también entidades como Amnistía Internacional, Médicos Internacionales por la Prevención de la Guerra Nuclear -1985-, el Grupo Pugwash (Conferencia de Ciencias y Asuntos Mundiales -1995-), la Organización Internacional para la Prohibición de Minas Terrestres en la persona de Jodi Williams -1997- y Médico Sin Fronteras -1999-).


En este marco el premio a la Unión Europea es perfectamente legítimo.


Por lo demás, el Premio se entrega a esta persona o entidad por la obra realizada en procura de la fraternidad entre las naciones, la abolición de los ejércitos y la promoción de conferencias de paz (Idem).


En el caso de la Unión Europea, la Organización del Nobel de la Paz ha resaltado, a través de su comunicado de prensa, el esfuerzo fraternal de la UE en la reconciliación de Francia y Alemania luego de tres guerras catastróficas y la extensión del ámbito de cobertura de sus principios humanitarios a Europa Central y del Este y a los Balcanes.


La naturaleza de esa expansión pacífica es irrefutable a pesar de que The Economist recuerde, con exactitud, que, durante la Guerra Fría, el mayor esfuerzo por evitar la “guerra caliente” fue realizado por la OTAN y los Estados Unidos mientras que el desempeño más relevante para lograr la paz en las guerras yugoslavas correspondió también a la primera potencia.


Aunque la intensidad del esfuerzo dependa acá de la variable con que éste se mida, es verdad que sin la OTAN ni los Estados Unidos la paz en Europa no habría sido posible de preservar entre 1945 y 1991 ni la lenta expansión de la UE hacia los Balcanes habría sido eficaz.


Por lo demás, el Tratado de Amistad Franco-Alemana de 1963, la pieza central de la reconciliación entre ambas potencias, no es explicable sólo por la influencia de la entonces Comunidad Europea. Al respecto, la voluntad política desplegada por Charles de Gaulle y Konrad Adenauer fue determinante de que ello ocurriera.


Si el reconocimiento de esa realidad no resta un ápice a la consolidación de la paz intrarregional en que se empeñó la Unión Europea al establecer un mecanismo de integración que fundamenta colectivamente principios liberales de carácter universal y genera intereses compartidos entre sus miembros, sí plantea interrogantes no maliciosos sobre la oportunidad del Premio.


En efecto, si, como es evidente para la propia Organización del Nobel, éste no es el mejor momento de la UE, es bueno recordar hoy qué perdería Europa y el mundo si la Unión Europea se quiebra. Esta evaluación define la naturaleza instrumental del Premio y explica la utilidad de resaltar el valor político de la UE en un escenario de crisis económica sistémica.


Al respecto, debe tenerse presente que no es ésta la primera vez que la Organización del Nobel otorga su reconocimiento con un propósito político. El ejemplo más cercano es el otorgamiento del Premio al Presidente Barack Obama en 2009 cuando éste tenía apenas meses en el cargo.


En esa oportunidad la Organización del Premio justificó el Premio en los supuestos extraordinarios esfuerzos de fortalecimiento de la diplomacia y la cooperación internacionales realizados por el recientemente inaugurado Presidente norteamericano. Al respecto, parece claro que la Organización esperaba fortalecer el propósito inicial del Presidente Obama de alejarse de las políticas intervencionistas de carácter militar de su antecesor.


En el caso europeo el objetivo es el de consolidar la confianza colectiva en torno a la UE cuando ésta se encuentra en el centro de una crisis global que ha impactado a todos.


Al respecto, sin embargo, sería oportuno que las autoridades europeas no leyeran más allá del comunicado del Nobel y evitaran aprovechar la oportunidad para volverse extralimitar en peticiones de “más Europa” como ha ocurrido en el pasado con huidas hacia adelante como medio de resolver crisis políticas o económicas profundizando la integración sin demasiado fundamento y/o careciendo de los medios institucionales necesarios.


Este es el caso de la iniciativa de una “federación” que, sin aclaraciones suficientes, ha ocupado la atención de la Comisión Europea. Y antes lo fue el de la “Constitución” europea que se planteó como si Europa fuera un Estado y la misma unión monetaria que se ha probado tan irresponsablemente desinstitucionalizada.


Si la UE desea salvarse económicamente (y, de paso, contribuir a solucionar la crisis económica global), bien haría esas autoridades en concentrarse en tareas más sensatas como la unión bancaria, una razonable disciplina fiscal comunitaria y una fuerte supervigilancia financiera que apuntan a una aún distante unión económica.


Hoy, que las obligaciones de los Estados europeos son tan extremas y críticas como evidentes, procurar exuberantes cesiones de soberanía adicionales a las que impliquen los salvatajes financieros y el cumplimiento de las obligaciones fiscales es ciertamente imprudente. Las autoridades europeas deben aprovechar el premio Nobel para generar confianza colectiva en el impulso político y económico de la UE y nada más.


Así lo recomendaría Noruega, que es sede de la Organización del Premio Nobel de la paz y, que, dicho sea de paso, decidió no incorporarse a la Unión Europea ni, por tanto, adoptar el euro.


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