Cuando la próxima semana se reúnan en Lima los presidentes de Perú, Colombia, Chile y México, la oportunidad de consolidar el núcleo de esa red de Estados liberales denominada Arco del Pacífico debe asegurarse.
Aunque concebido en términos de integración simple, la formalización de ese núcleo aportaría al Arco y a la región latinoamericana una innovadora e influyente condición geopolítica. Si el General Mercado Jarrín recurrió a esa categoría de las relaciones internacionales para coadyuvar a la conformación del Grupo Andino en términos continentales, ésta es la oportunidad de complementar el arraigo territorial de Perú, Chile y Colombia con la proyección marítima colectiva.
El grado de cohesión de estos países –y México- es, por lo demás, considerable si se tiene en cuenta sus fundamentos democráticos-representativos y de economía de mercado. Si el grupo se consolida, la equivalencia de órdenes internos entre los socios devolverá a Suramérica un anclaje liberal que, aunque con la mira puesta en el escenario central del Pacífico como escenario axial de poder y de interacción económica predominante, compensará largamente la dimensión autoritaria y mercantilista que los países del ALBA han intentado imponer en Suramérica.
Es más, la dimensión del contrapeso determinaría un equilibrio muy favorable a la nueva agrupación de países en el área en tanto que el núcleo liberal en cuestión reuniría a los Estados más poderosos y a las economías mayores de la región costera.
Por lo demás, el proceso de conformación del grupo –que esperamos sea ya una decisión política cuajada aunque sus formalidades deban aún perfeccionarse- tendría, en principio, un carácter casi inercial. En efecto, la convergencia entre ellos sería el resultado natural de los acuerdos de libre comercio bilaterales que esos países han suscrito entre sí. Éstos, a su vez, han promovido la aceleración de relaciones entres agentes privados que, con mayor o menor inevitable asimetría, han fraguado una red de interdependencia cuya complejidad debe aún crecer.
Esos vínculos, que retroalimentan la relación interestatal, han sido además enriquecidos por los compromisos que mantienen los cuatro países con los mismos socios extra-regionales. Al respecto no es una novedad afirmar que el hecho de que Perú, Colombia, Chile y México hayan suscrito acuerdos de libre comercio Estados Unidos y la Unión Europea (a los que se agrega los acuerdos de asociación con esta última entidad) incrementa el número y la calidad de intereses convergentes entre ellos.
Esta coincidencia resume y potencia el arraigo en Occidente que esas vinculaciones implican: la cláusula democrática, el liberalismo económico y el respeto a los derechos humanos forman parte sustancial de esos acuerdos y, por tanto, enriquecen la dimensión cultural de los viejos vínculos existentes entre ellos.
Consolidado el vínculo occidental y el interamericano en la costa del Pacífico latinoamericano, la relación con los países de la APEC se fortalecerá también notablemente. Esta evolución provendría claramente de la aceleración del acceso de Colombia a esa organización pero, especialmente, del incremento del potencial negociador de los demás y de emprendimientos microeconómicos conjuntos que estos puedan realizar en la cuenca del Pacífico.
A ello contribuirá sustantivamente la participación del Perú en el Acuerdo Estratégico Transpacífico que, sobre la base de lo alcanzado por Chile, Nueva Zelanda, Singapur y Brunei, construirán adicionalmente Australia, Malasia, Viet Nam y Estados Unidos. Si ese acuerdo se concluye, éste devendrá en el gran acelerador de la integración económica en la cuenca otorgando credibilidad a la meta de conformación de una zona de libre comercio en la zona hacia el 2020.
Y si Estados Unidos lo suscribe, ello no sólo tendrá impacto económico mayor en la cuenca sino en el sistema interamericano: el objetivo de lograr una gran zona de libre comercio en las Américas se habrá logrado, por lo menos, en la costa del Pacífico americano.
En el centro de ese escenario hemisférico estarán los cuatro países cuyos presidentes se reúnen la próxima semana en Lima. Esa centralidad se afianzará si éstos logran agregar a la multilateralización de sus respectivos acuerdos de integración bilateral el libre flujo no sólo de bienes y servicios sino también de personas y de capitales. Las “cuatro libertades” que definen la integración madura se habrán logrado.
Si todo resulta como se espera –aunque la letra pequeña de los impedimentos siempre está al acecho- se habrá logrado de acuerdo a lo que establece la teoría, la práctica y el sentido común de la integración. Siendo ésta gradual o evolutiva y procesalmente jerárquica, no admite equivalencias entre sus diferentes niveles.
En consecuencia, el resultado no será producto del “pragmatismo” como se pretende hoy en el Perú sino producto de haber transitado de un estamento de integración a otro superior. Es decir, si para lograr la unión aduanera se requiere de una zona de libre comercio previa y si la idealista unión política no es posible sin una unión económica previa, el sentido común dice que no es conveniente saltar etapas ni proceder como si cualquier integración sectorial (sea física, energética o de cooperación social) fuese el símil de la integración de los mercados en conjunto. Ello es un error conceptual y estratégico encaminado al fracaso.
Es por estas razones que la implementación del MILA (el acuerdo de integración privada de las bolsas de valores de Perú, Chile y Colombia) que profundizará el mercado de capitales entre esos países y agregará escala a los mismos, requiere de una serie de requisitos previos muy vinculados a los términos de la coordinación macroeconómica (tipos de cambio, tasas de interés, regulación equivalente, reglas antimonopolio y de competencia, etc.). Una vez que éstas se hayan logrado ese mercado será eficiente y agregará riqueza en lugar que desviarla a favor de algún socio. Si esto último ocurre, el proyecto fracasará.
Por lo demás, es bueno tener en cuenta que la complejidad medida por el sector público en términos jerárquicos o graduales genera regímenes que facilitan la amortiguan conflictos interestatales. Por ejemplo, dentro de un esquema de integración como el del Arco del Pacífico las consecuencias del resultado de la sentencia de la Corte Internacional de Justicia se podrán implementar mejor que en el marco de una integración simple (una que abarque sólo el mercado de bienes).
Al respecto es necesario reconocer, por tanto, que la aproximación de estos cuatro países no puede ser meramente técnica como se planteó originalmente en las primeras reuniones orientadas a la conformación del Arco.
Y si éste es un llamado de sentido común a lo tecnócratas y a los funcionarios “pragmáticos” lo es también a ciertos candidatos presidenciales con el propósito de que faciliten el buen destino de este proyecto en lugar de obstaculizarlo con argumentación arcaica.
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