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  • Alejandro Deustua

El FMI y Los Desequilibrios Globales

Hasta hace poco el consenso general de que sólo al FED estaba a cargo de señalar explícitamente el rumbo del dólar parecía irrebatible. Pero hacia el 22 de febrero las autoridades bancarias de Corea del Sur alteraron ese entendimiento. En efecto, éstas tuvieron que indicar al mercado, con el propósito de congelar transacciones especulativas generadas a la luz de rumores de ventas que podrían realizar los bancos centrales asiáticos, que no se proponían deshacerse de la divisa norteamericana (alrededor de 70% de un total de US$ 200 mil millones de sus reservas). De haber procedido esas ventas cuando Estados Unidos necesita US$ 2 mil millones diarios de financiamiento externo (Financial Times), el crash del mercado de capitales habría tocado la la puerta. Ello no ocurrió pero el riesgo no ha desaparecido. Tal es el poder monetario de los grandes tenedores asiáticos de papeles norteamericanos frente al requerimiento externo estadounidense indicativo de la existencia de grandes desequilibrios financieros globales. Esto ocurre en medio de la mayor expansión de la economía mundial en los últimos treinta años. Generada fundamentalmente por el crecimiento norteamericano -y apuntalada por el rápido crecimiento chino- este boom, sin embargo, no sólo es frágil sino insustentable bajo las condiciones actuales. Así opina el Director-Gerente del FMI, el señor Rodrigo Rato, que considera que para que el crecimiento no se derrumbe, los tenedores papeles denominados en dólares deben mantenerlos y para que aquél deje de ser insostenible, los graves desequilibrios globales deben ser corregidos. (1) Si lo primero concierne especialmente a los países asiáticos y a los grandes exportadores de petróleo en un contexto de extraordinaria expansión de la divisa norteamericana, lo segundo compete vitalmente a Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y China. Según el señor Rato, las tareas correctivas son claras: Estados Unidos debe reducir sus insustentables déficits (el fiscal de US$ 400 mil millones y el de cuenta corriente de US$ 600 mil millones); la Unión Europea debe estimular su economía cuya signo más dramático de escaso dinamismo puede ser el reporte del mayor desempleo alemán en 73 años; Japón debe procurar un crecimiento estable que lo extraiga de la proximidad recurrente de la deflación; y China debe flexibilizar su tipo de cambio (ahora subvaluado a pesar de estar fijado a un dólar intensamente depreciado). Si el objetivo es corregir los fuertes desequibrios globales, la tarea compromete a los actores relevantes en un marco de cooperación. Y el foro apropiado para ello es el FMI según las autoridades del FMI. Según el señor Rato, Estados Unidos ya ha emprendido el camino correctivo al proponer un presupuesto orientado a reducir el déficit en 50% en 4 años pero falta aún transitarlo disciplinadamente. Este camino será más tortuoso si el dólar se sigue depreciando, induce mayor presión inflacionaria y retroalimenta la tendencia alcista de los precios del petróleo (Bergsten) obligando, en consecuencia, a un más drástico incremento de las tasas de interés. China no ha cumplido hasta ahora con flexibilizar su régimen cambiario, pero acaba de comprometer medidas de relajamiento de control de la inversión en el exterior y la emisión de bonos denominados en renminbis a ser empleados por organismos multilaterales de desarrollo. Aunque ello sugiere un compromiso con la reforma monetaria, ésta, siendo insuficiente, será lenta y progresiva y no alterará con el incremento eventual de importaciones derivada de alguna reevaluación la política china de mantener un fuerte superávit comercial y de cuenta corriente. De otro lado, la Unión Europea tiene en agenda el emprendimiento de reformas estructurales sobre la mejora de los términos de competencia, flexibilización laboral y previsión social, entre otras. Éstas, sin embargo, podrían trabarse o ejecutarse con menor dinamismo que el deseado durante el largo proceso de ratificación de la Constitución europea (16 meses) o pueden ser complicadas por la necesidad de adoptar políticas keynesiamente reactivadoras que superen definitivamente los límites impuestos por el pacto de estabilidad. Finalmente, resulta bastante complejo determinar cuál es el estado de las sucesivas reformas del sistema financiero japonés, su vínculo corporativo y las del sector público y laboral para establecer si Japón podrá emprender de una vez por todas la senda del crecimiento sostenido. De otro lado, aunque, a pesar de los obstáculos, este conjunto de medidas probablemente sean bienvenidas por el FMI, éstas pueden ser insuficientes en tanto lo que se requiere son correcciones que den frutos durante el actual ciclo de expansión antes que en el subsiguiente ciclo contractivo con el propósito de reducir su costo y garantizar su éxito. Por lo demás, estas medidas parecen estarse llevando a cabo de manera escasamente concertada (los acuerdos de los 80 no son la norma hoy) y tampoco necesariamente bajo el patrocinio del FMI, lo que indica que la disposición a la cooperación entre los grandes actores económicos no es aún manifiesta y ciertamente está lejos de la coordinación de políticas. Una confirmación de esta patrón de conducta es el anuncio unilateral del Banco Central coreano que, aunque fue acompañado por el japonés, se produjo luego de que los especuladores percibieran en su conducta una predisposición a la readecuación drástica de su canasta de divisas. En consecuencia, aunque el ciclo de crecimiento global dure dos o tres años más, éste se desarrollará bajo condiciones de vulnerabilidad que serán menores sólo en tanto la corrección de sus causas arrojen resultados que empiecen a verse bastante antes del largo plazo implícito, por ejemplo, en los cuatro años planteados para la reducción de del 50% del déficit norteamericano. De otro lado, aunque la función de restablecer el balance global es atribuida por el FMI a los "actores significativos", obviamente los países pequeños no quedan exentos de obligaciones. La primera de ellas, según el Fondo es mantener la disciplina interna con el propósito de prolongar el crecimiento de estos países que ha incluido hasta al Árica Subsahariana. La atribución de estas responsabilidades nacionales antes que sistémicas por el FMI implica la confirmación de un status que, por evidente, acarrea escasa protesta: las economías en desarrollo no son "significativas" para el equilibrio del régimen y por tanto su importancia es secundaria para el FMI. A la ratificación de ese rango inferior el FMI añade una actitud filantrópica que, a la luz de las circunstancias, es bienvenida para la mayoría para la población de estos países: la reducción de la pobreza siguiendo los términos de los Objetivos del Mileno son considerados como un requerimiento estabilizador por el Fondo. La referencia del señor Rato a este tema puede ser discutible o no según lo que se piense sobre su compromiso real con este planteamiento. Pero al margen de ello, se puede inferir que las lecciones derivadas de las crisis financieras ocurridas en la segunda mitad de los 90 no parecen haber sido aprendidas por los responsables del FMI. En efecto, el impacto sistémico de esas crisis no sólo reflejaron la fuerte influencia de los disturbios financieros originados en los países en desarrollo o emergentes sino que cuestionaron abiertamente la capacidad de gestión y las políticas del Fondo (Stiglitz). En consecuencia la relevancia de estas economías, aunque negativa en tanto surge de la crisis, no puede ser infravalorada y menos en un contexto de vulnerabilidad derivada de la insostenibilidad actual del crecimiento global. Por lo demás, del diagnóstico del señor Rato se concluye que la subordinación política de los países en desarrollo ha consolidado en la percepción del Fondo, como en casi todos los miembros del sistema económico internacional, la sustitución del problema del desarrollo por el de la pobreza. En tanto ésta no reclama la modificación de políticas sino la profundización de las reformas conocidas, el subdesarrollo parece ser una categoría asumida en la percepción del equilibrio global por los regímenes responsables y los "actores relevantes". Este es un gravísimo error cuya persistencia complica el objetivo de lograr un sistema económico que produzca equilibrios adecuados para todas las partes y no sólo para los oficialmente "relevantes". Sin embargo, si los países en desarrollo -y más específicamente, los latinoamericanos- desean contribuir al equilibrio global sustentable bajo los términos existentes deben abocarse a ciertas tareas que el señor Rato no ha priorizado explícitamente en su planteamiento (aunque sí en su reciente gira por los países andinos). Lo primero es reducir la vulnerabilidad monetaria procediendo a una más decidida desdolarización de la economía. El costo eventual de una reevaluación de las monedas nacionales será compensado por un dólar depreciado frente al euro y el yen. Y una diversificación moderada de la canasta de divisas tampoco reportará un impacto mayor en la tenencia de dólares en la escala global (menos cuando se está en la "zona del dólar"). Lo segundo es compensar más equilibradamente el crecimiento por exportaciones con el crecimiento por inversiones. Si en los países suramericanos esa tendencia va en incremento (en el Perú el crecimiento de la inversión en 9.4% el 2004 ha compulsado con el 15% de crecimiento de las exportaciones el crecimiento de 5.1% PBI). Sin embargo, ello no es aún suficiente ni para lograr un saludable nivel de inversiones (en el Perú ésta alcanza apenas al 15% del PBI) ni para reducir la vulnerabilidad de las exportaciones en un contexto de crecimiento inestable. Una mayor participación de la inversión institucional (las AFP, p.e.) en el mercado interno (GG) y la repatriación de capitales (en el Perú la fuga de capitales por la crisis asiática fue 8% del PBI) debería contribuir a lograr el propósito. La mayor solidez de las economías nacionales potenciadas por este tipo de medias contribuiría fuertemente a mejorar el equilibrio global sustentable requerido por el FMI, incrementaría el status de estas economías en la consideración de soluciones cooperativas a problemas económicos globales y sistémicos y distribuirá mejor los riesgos y las responsabilidades al respecto hoy excesivamente concentrados en las "economías relevantes".

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