8 de abril de 2022
Al hacer el elogio de Mussolini y Hitler como virtuosos baluartes de la transformación de sus países en grandes potencias (especialmente en el caso alemán) el Primer Ministro Torres ha logrado congregar la respuesta airada de las embajadas de Alemania e Israel, envolver en escándalo la deteriorada imagen del Perú en el exterior y contrariar los fundamentos del interés nacional sin que la Cancillería intente minimizar el daño político consecuente.
En efecto, la respuesta inmediata de los representantes de esas embajadas ha recordado al Jefe de Gobierno peruano que un “dictador fascista y genocida” no es ejemplo adecuado de nada constructivo (Alemania) y que los “regímenes de muerte y terror” gobernados por esos criminales de guerra “no puede ser una muestra de progreso” (Israel). Torres se ha disculpado pero sin modificar su interpretación personal de los “hechos”.
Como es evidente, las protestas de esa misiones diplomáticas -basada en convicciones democráticas y humanitarias extraordinariamente sensibles a la inmensa mortandad causada por la agresión nazi que incluyó el intento de eliminación física de la colectividad judía y de otras culturas- incorpora a su malestar, el de la embajadas occidentales con presencia en el Perú. Esa protesta ha sido acompañada por la exposición crítica de las declaraciones de Torres por la prensa mundial.
Y si la indolencia de Torres frente al agravio a la cultura occidental contemporánea lo ilegitima como político y como gobernante, la invocación del fascismo como ejemplo de camino al desarrollo en flagrante colisión con la ideología marxista del partido de gobierno revela su extraordinaria irracionalidad, incultura e incapacidad moral. En tanto sus expresiones no han sido corregidas por el presidente Castillo se concluye que él comparte la turbiedad cognitiva del Primer Ministro. En consecuencia, ésta agrega argumentos que demuestran la incapacidad moral del gobernante.
Pero, además, las expresiones de Torres han puesto en juego un interés nacional fundamental de nuestra política exterior que se basa en la defensa de la democracia, de los derechos humanos y los mercados abiertos violentados por los héroes sanguinarios y dictatoriales del Primer Ministro y por él mismo.
Como el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Servicio Diplomático son los más evidentes encargados de la defensa de esos intereses y éstos no han reaccionado intentado siquiera refrasear los dichos del Primer Ministro (un recurso común en diplomacia cuando un gobernante se excede retóricamente como acaba de demostrarlo el Secretario Blinken en relación a unas declaraciones del presidente Biden sobre las intenciones norteamericanas en relación al gobierno ruso), es claro que las autoridades de esas instituciones deben responder por esta grave omisión. Pero el Ministro tampoco ha cumplido con su deber.
Frente a esa omisión, los funcionarios del Servicio Diplomático están en la obligación de sugerir, recomendar y hasta de exigir al Canciller que subsane su error a la brevedad en tanto un interés nacional está en juego.
Si ese no fuera el caso, y el Ministro no renuncia, estaríamos constatando que la subordinación institucional al poder político ha desbordado en el Perú todos los límites de la especialización funcional e ingresado al área de la abierta deformación de uno de los mas arraigados pilares del Estado.
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