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Alejandro Deustua

Efectos Globales de un Huracán

29 de agosto de 2005



El impacto del huracán que acaba de azotar las costas de Louisiana y Mississippi ciertamente es mayor que su desastrosa dimensión ambientalista. Su influencia en la oferta de hidrocarburos y en el comercio dependerá de cuán dañada haya quedado la infraestructura de producción energética del Golfo de México y del puerto de Lousiana que, por volumen de comercio, es el quinto en el mundo.


En efecto, la afectación de una parte del 2% de la producción mundial de petróleo y 25% de la norteamericana que se ubica en el Golfo (hasta hoy, un estimado de 42% de esa capacidad ha sido comprometida) tendrá un impacto en la economía global y en la capacidad de provisión de otros espacios geográficos. Ésta será proporcional a los daños que, en un primer estimado, podría aproximarse a US$ 26 mil millones de dólares.


Por lo pronto el mercado global ya asumió que el costo equivale a un precio de poco más de US$ 70 por barril que, aunque haya sido rebajado, subió las cotizaciones en US$ 3 dólares por barril de un día para otro en un contexto de muy alta volatilidad de precios. Los operadores de mercados de futuros habrán realizado en esas transacciones billonarias ganancias que se cargarán a la cuenta de los consumidores.


Para rebajar las expectativas, el gobierno norteamericano evalúa la posibilidad de colocar en el mercado parte de sus reservas estratégicas (720 millones de barriles almacenados también en las proximidades del Golfo) y la OPEP considera incrementar en 500 mil barriles diarios una producción limitada a la cuota de producción de 28 millones de barriles diarios. Esta puede ser una medida de corto plazo para evitar que los precios vuelvan a subir rápidamente que, si es demasiado cautelosa, no impedirá la tendencia a un cada vez más rápido incremento: una vez consolidado el piso en US$ 67 (hoy), las expectativas de que efectivamente puedan éstos escalar a US$ 100 por barril podrían realizarse.


Si se tiene en cuenta que el precio del petróleo es una de las variables fundamentales de afectación de la economía global y que si otra –los déficits gemelos norteamericanos- no cede, pues tarde o temprano el FED tendría, en ese caso, que dejar de incrementar las tasas de interés o cotejar la posibilidad de una más rápida y mayor desaceleración de la economía mundial.


Pero existe otra posibilidad. Si la intervención estatal en la oferta petrolera es la orden del día (la OPEP administra el 40% del mercado mundial y Estados Unidos interviene directa o indirectamente a través de sus reservas estratégicas), ¿ por qué debe seguirse asumiento que el mercado de compra-venta es libre en este sector, especialmente en épocas de crisis? Una posible respuesta sería la de regular los mercados de futuros con el propósito de reducir al máximo las expectativas de los especuladores que, a la luz de los visto hoy (un incremento de US$ 3 dólares en un día) estimulan extraordinariamente la incertidumbre y la inestabilidad.


En lo que a nosotros respecta, es claro que si el incremento del precio del petróleo de US$ 10 a US$ 70 en media década es un ominoso signo de vulnerabilidad y representa un shock externo constante, el rápido y súbito incremento de estos días muestra que la sensitividad es todavía más alta. Para corregirla, lamentablemente, sólo disponemos de instrumentos de largo plazo y, por tanto, quedamos expuestos a los efectos inmediatos de la volatilidad inducida por factores exógenos.


En el largo plazo, está claro que la reducción de la dependencia de las importaciones de petróleo es una solución nacionalmente posible si se orienta la matriz energética hacia el consumo de gas, se incrementa la inversión en exploración y se repotencia –en medio de sus problemas ambientales- nuestra capacidad hidroenergéica.


Más allá de ello, la capacidad de acción nacional es menos es menos significativa Así, en el marco subregional, el complemento de la indispensable integración energética no depende del Perú sino de la reducción de las fricciones intraregionales para la ejecución de los proyectos IIRSA. Y ésta, a su vez, es una función de la reducción de la conflictividad interna que presentan Venezuela, Bolivia y Ecuador que erosiona una posición internacional paradójicamente mejorada por la catástrofe de Golfo.


De otro lado, en el corto plazo ahora sólo es posible el intento de minimizar los eventuales daños. Si esta escasa capacidad corresponde sólo a a las mínimas posibilidades financieras (como las que definen el fondo de compensación petrolera), el Perú debería tomar la iniciativa para constituir, con los países de la región, verdaderas y palpables reservas estratégicas de energía.


Pero, perteneciendo ésta iniciativa también al ámbito de la integración, escapa a las posibilidades del manejo e corto plazo que, en la coyuntura del desastre, es lo que interesa.


Como interesa también incrementar la alerta para reaccionar frente a una eventual inflexión negativa del comercio global si el puerto de Louisiana se ve imposibiliatado de seguir cumpliendo con sus funciones importadoras (1). Y también para tomar las medidas necesarias en el caso de un posible incremento del precio de los productos agropecuarios si ese puerto se ve imposibilitado de exportar parte del 15% de las colocaciones norteamericanas de las que es responsable.

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