9 de Agosto de 2006
Luego de que el primer mensaje del Presidente García rebajara la prioridad de la política exterior al omitirla en su mensaje, el Jefe de Estado ha concretado en estos días algunos aciertos y varios preocupantes errores.
Entre los primeros se registran la invitación andina a Chile para su incorporación como miembro asociado de la CAN y el anuncio del viaje a Estados Unidos para promover la aprobación del TLC. Entre los segundos preocupa la potencial alteración de la vinculación del Perú con el régimen interamericano de derecho humanos por la insistencia en reclamar la pena de muerte, la desarticulación geopolítica del sur mediante la promoción de un megapuerto en Tacna (que competirá con Ilo y Matarani) y de un ferrocarril Tacna-La Paz (que desestimulará el mejor uso del tramo IIRSA Ilo-Desaguadero-La Paz) y el debilitamiento institucional de la lucha contra el narcotráfico (el eventual traslado de ENACO al gobierno regional de Cuzco y la integración de su directorio por representantes que buscan legitimar la coca ilegal ampliando el padrón correspondiente).
Si a dos semanas de iniciado el gobierno el balance en el sector Relaciones Exteriores sobresalta, la propuesta del Canciller sobre su sector añade al requerimiento público de claridad, la necesidad de ordenar la acción gubernamental en la materia sobre una premisa que persiste en olvidarse: la política exterior no es una función de la política interna.
Al margen de esta cuestión fundamental, el Canciller ha asegurado que prefiere encauzar su sector antes que revolucionarlo. Magnífico. Pero ello requiere una básica definición de cómo se entiende el entorno externo en el que procederá. Si éste se ha deteriorado globalmente en materia de seguridad (p.e., la intensificación de conflictos regionales y de proliferación) y económica (el fracaso de la Ronda Doha) mientras el hemisferio americano y la región pierden cohesión, no basta señalar que nuestra inserción en la globalización debe ser múltiple y que la prioridad corresponderá, como siempre, a los países vecinos.
Mucho menos cuando la dimensión valorativa de la globalización está siendo cuestionada y la asimetría de su fundamento material dista de haberse corregido. Frente a ello es necesario reconfirmar la partencia del Perú a la comunidad democrática de naciones y fortalecer su participación activa en regímenes que mejoren los términos de la gobernabilidad global (el Consejo de Seguridad es vital, pero también lo es la Convención del Mar o el G20, p.e.).
Y si nuestra inserción valorativa es occidental y la estructural es periférica hay que confirmar lo primero y mejorar lo segundo. Ello no puede confundirse con relaciones equivalentes con Estados Unidos, la Unión Europea y el Asia.
De otro lado, es claro que con la primera potencia debemos ampliar la agenda pero hay que precisar cómo porque al respecto la novedad no abunda. De otro lado, la relación con la Unión Europea no se limita al futuro acuerdo de asociación (la relación bilateral debe recuperarse). Y la relación con Asia ciertamente no se presenta sólo como un horizonte paradisíaco: con Japón es imprescindible esclarecer lo ocurrido en la última década, con China falta solucionar problemas como la competencia desleal o la implicancia del status de economía de mercado. En la búsqueda de oportunidades allí, como en la APEC, el desbrozamiento del terreno no debe obviarse.
Y es claro que el fortalecimiento de la relación vecinal es una prioridad. Pero la innovación aquí no puede reiterar las complicaciones de la imprudencia. En primer lugar, es necesario corregir la heterogeneidad de status en ese ámbito de relación (hay demasiadas clases de “relaciones especiales”, insuficiencia de interdependencia real y omisión de prioridades –Brasil- para resaltar otras –Chile-). En segundo lugar, la construcción de nuevas entidades (la Asociación del Pacífico Latinoamericano) debe realizarse sobre bases sólidas y sin apresuramientos (el proceso de gestación de la Comunidad Suramericana no es un ejemplo a seguir).
Finalmente, es bueno que el acápite institucional se oriente al futuro y se asiente en la austeridad y la simplificación. Pero debe recordarse que un presupuesto de 0.9% del total no da para muchos recortes sin sacrificio de eficiencia y que el replanteamiento del organigrama, aunque ahora necesario, no debe convalidar una tendencia manifiesta de la autoridad. Si de regresar a lo básico se trata, empecemos por la división orgánica entre asuntos bilaterales y multilaterales y reforcemos el área económica. Lo realmente nuevo, “peruanos en el exterior” y “asuntos globales”, puede potenciarse sobre esa infraestructura.
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