Hace varias semanas que la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución favorable a la soberanía e integridad territorial de Ucrania y en contra del referéndum y posterior anexión de Crimea por Rusia. Perú y Chile votaron a favor de esa resolución y Cuba y Nicaragua en contra.
Hace pocos días el Canciller Lavrov de Rusia realizó una visita oficial a estos cuatro Estados en momentos en que la crisis de Ucrania incrementa su escalada. ¿Por qué el Canciller ruso distrae tiempo en esta parte del mundo en momentos tan dramáticos?.
Las explicaciones son geopolíticas. La primera revela el interés ruso de contrapesar en un continente del antiguo “tercer mundo” la gira de fortalecimiento de asociaciones con el Este y Sureste de Asia que el Presidente Obama acaba de realizar a la zona.
La segunda supone, en alguna medida, que Rusia desee replicar en América la expansión occidental hacia zonas de influencia rusas en Europa.
En este marco, se entiende que el Canciller Lavrov desee mostrar que está dispuesto a fortalecer las relaciones de seguridad con Cuba y Nicaragua.
Pero se entiende menos que pretenda similar propósito en el Perú (cuya vinculación de aprovisionamiento militar está más que compensada con el carácter liberal de su inserción externa) y en Chile (que es un socio norteamericano en la región).
Al respecto, Rusia reconoce que existen zonas de influencia estratégicas y de balance. El alineamiento cubano-nicaragüense con su país permite afirmar la capacidad rusa de intervenir, quizás por medios no sólo diplomáticos, en una zona de influencia norteamericana como respuesta a los intentos occidentales en Europa.
Pero difícilmente se pueda afirmar hoy que Suramérica pertenezca a una zona de influencia norteamericana cuando Estados Unidos presta menos atención al área, la Doctrina Monroe no se aplica (una posición oficial de la primera potencia) y los intereses estratégicos de la zona son heterogéneos y autónomos (la Alianza del Pacífico, cuya vocación liberal-occidental Rusia desearía desalentar, no incluye a Estados Unidos).
Esta racionalidad obliga al Perú a desarrollar una posición sobre crisis sistémicas que supere, sin vulnerarlos, el juridicismo y economicismo prevalecientes.
Frente crisis como la de Ucrania debemos tener una posición más activa porque su escalada puede llevar un conflicto mayor que nos afectará en tanto los escenarios involucrados (Occidente) y los que aflorarán en medio de su emergencia son vitales para nuestra inserción global y porque muestra la aceleración del cambio de la polaridad en el sistema (con implicancias micro como el rol de China en el Perú).
Al respecto, el Perú debería buscar flexibilidad en el marco de su pertenencia occidental, insistir en que Rusia se mantenga como una potencia euroasiática estable y Ucrania como un Estado independiente y que la amenaza del uso de la fuerza será resistida por los suramericanos que creen en el sistema interamericano.
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