La afirmación de que China es una potencia mundial en camino a convertirse en superpotencia parece no ser para algunos el lugar común que es. En efecto, últimamente sesudos ensayos académicos, artículos periodísticos y hasta discursos diplomáticos quisieran descubrir recién que las capacidades chinas ubican a ese Estado en la estructura central del sistema internacional. Así, estas fuentes no terminan de deslumbrarse ante la dimensión económica (la sexta en el mundo), militar (la interacción de capacidad nuclear y convencional proyectable regional y extraregionalmente) y demográfica (medida en creciente capacidad de consumo y de formación de clase media) del stock de poder chino. En términos relativos, además, prefieren resaltar la importancia de esa potencia para el interlocutor (p.e. China es para el Perú el segundo socio comercial ). Y en términos de influencia global tales comentaristas no terminan de recordar que China es hoy uno de los motores de la fuerte expansión económica internacional (en efecto, a la potencia asiática se le atribuye consensualmente la responsabilidad de alrededor del 20% de ese crecimiento). Lo que esa percepción unidimensionalmente optimista no recoge al respecto es la vulnerabilidad global que deriva de la dependencia de ese tipo de crecimiento y los riesgos de sus fundamentos: el fuerte crecimiento chino (como la insuficiencia del japonés y del europeo) está contribuyendo a la insostenibilidad del crecimiento global si éste mantiene los graves desequilibrios económicos en que hoy se fundamenta. Si la afirmación parece pesimista habría que presentar la queja al FMI que así lo reporta. Pero antes de hacerlo sería bueno que mirásemos a China no sólo por el lado de las oportunidades (como prefieren hacerlo las autoridades suramericanas, andinas y nacionales hiperinteresadas en explotar ese nuevo mercado) sino también por el lado de los desafíos si se desea establecer un vínculo de connotaciones más realistas y sanamente beneficiosas para nuestras economías. Empecemos por los desequilibrios globales generadores de vulnerabilidad. Éstos son correcta y principalmente atribuidos a los grandes déficits norteamericanos (el fiscal de US$ 400 mill millones y el de cuenta corriente de US$ 600 mil millones). Sobre su progresivo impacto se ha escrito en abundancia. Pero no se ha realizado similar esfuerzo para destacar el grado de desequilibrio global que contribuye a generar el superávit de cuenta corriente chino. Sobre él se ha destacado más bien su rol compensatorio del déficit norteamericano y su capacidad de financiarlo mediante la compra y tenencia de bonos del Tesoro estadounidense. Y poco se ha escrito también sobre la subvaluación de renminbi que añade al desequilibrio global el incremento de una capacidad exportadora generadora de competencia desleal originalmente manifiesta en la producción de bienes a menores costos que el estándar de los países en desarrollo. En efecto si la abundancia de liquidez en dólares y su escaso ahorro en Estados Unidos ha contribuido a la depreciación de esa divisa (50% desde el 2002 en relación al euro), el renminbi, aunque pegado al dólar, se ha depreciado aún más. Y no lo ha hecho por razones del libre juego de la oferta y la demanda sino por la interacción de fuerzas muy poco liberales y nada productivas: el flujo de capitales especulativos hacia China y la manipulación del tipo de cambio por esa potencia. Así, el persistente control del Estado chino sobre el marcado de divisas (reflejado en la administración de la fijación renminbi), la dimensión creciente de su economía y la expectativa de una revaluación de su moneda debido a la debilidad de la misma está atrayendo inmensos flujos de capitales especulativos a ese país. Éstos, a su vez, favorecen una oferta de crédito ya excesivamente facilitado por los bancos (a la vez, controlados antes que bien regulados) y una alta acumulación de reservas que permiten el manejo del tipo de cambio estableciéndolo por debajo del dólar con el fin de ganar más competitividad. La nula flexibilidad cambiaria china deviene así en un factor distorsionante que favorece el mal manejo del mercado interno y potencia la depreciación de su moneda retroalimentando el desequilibrio global (para no hablar de la falta de transparencia interna y de la corrupción inherente a ella). Es más, según Morris Goldstein del Insituto de Economía Internacional, hay en el manejo de la economía china indicios suficientes de manipulación cambiaria que, según él, recuerda las devaluaciones competitivas de los años de la Gran Depresión del siglo XX. Si esa comparación pareciera excesiva, se pueden encontrar en el Asia referencias más cercana y verosímiles sobre corrupción y mal manejo cambiario. Allí está, para recordarlo, la crisis asiática de 1997 que, entre otros detonadores, encontró en la devaluación competitiva en el área un mecanismo retroalimentador. Las consecuencias de la inducida subvaluación renminbi se reflejan en el incremento de un ya extraordinario superávit chino de cuenta corriente que contribuye al desequilibrio global. A ello habría que agregar su incidencia en el sobrecalentamiento de la economía china y las intensas presiones inflacionarias que ésta produce cuya corrección podría generar un hardlanding eventualmente resultante en una mayor desaceleración del crecimiento global. Para corregir estos serios problemas el investigador Goldstein recomienda la apreciación por etapas del renminbi en un rango de entre 15% y 30% acorde con la magnitud de la distorsión cambiaria. Un segundo desafío de la economía china es de carácter estructural. En efecto, el celebrado modelo de "socialismo de mercado" permite una transformación económica políticamente ordenada. Pero el precio de ese orden es sufragado por las economías abiertas que interactúan con la china incrementando su vulnerabilidad (especialmente en el caso de las economías de menor desarrollo). En efecto, la considerable influencia del Estado en la economía china permite a éste usufructuar la doble ventaja de mantener una capacidad interventora explícitamente tolerada por sus socios y, simultáneamente, acceder, a bajo costo, a regímenes multilaterales comerciales y financieros que a otros costaron más. En el caso de los regímenes financieros, la intervención del Estado en los mercados cambiarios y de capitales tiende a ser tolerada en desmedro de las economías abiertas y del sistema que se rige por normas de flexibilidad con los resultados ya descritos. En el caso de los regímenes comerciales (la OMC) la ventaja china se incrementa en tanto el status de "economía de mercado" -que le es crecientemente reconocido a la economía china- inhibe a las economías que se lo otorgan (como las latinoamericanas, que han implementado muy costosas reformas estructurales ) la aplicación de medidas de salvaguardia justificadas en el daño producido a éstas por la competencia de exportaciones generadas bajo condiciones de ventaja manifiesta. La incidencia de estas ventajas en las exportaciones chinas son extraordinarias: una buena parte de su superávit comercial no se debe sólo a mejoras competitividad sino a abiertas distorsiones del mercado que se derivan de la manipulación cambiaria y de las condiciones laborales no sometidas a las reformas a las que otros fueron obligados. El caso del sector textil peruano es prototípico: operando éste con bajos niveles de remuneración del trabajo, debe competir en terceros mercados con una economía que produce mucho más a la mitad del costo laboral estándar estimulando reclamos por salarios más bajos y, por ende, afectando el consumo. A cambio de ello, China importa grandes cantidades de materia prima generando beneficios derivados de mayores precios pero también estimulando la concentración del esfuerzo productivo en el sector primario de nuestros países. Por lo demás, la subvaluación del renminbi unida a la explotación ventajosa del régimen comercial liberal permite a China mejorar su posición estratégica incrementando su participación en el comercio global por encima de lo que le correspondería si respetara las normas internacionales. Así, si el valor de la exportaciones globales creció en el 2003 a US$ 7290 mil millones, China con US$ 403 mil millones representó el 25% de la creciente participación de Asia (US$ 1901 millones). En cambio el conjunto de América Latina con todo su historial reformista y su plena participación en la OMC apenas exportó por US$ 378 mil millones según la UNCTAD. Es más, si la devaluación del dólar contribuyó a mejorar fuertemente el valor de nuestras exportaciones, la subvaluación del renminbi erosionó buena parte de esas ganancias. Bajo estas condiciones de competencia, ciertamente la región no podrá hacer mucho para revertir la ventaja china en otros sectores fundamentales como el de la inversión extranjera. En efecto, si el cambio de orientación de los flujos de FDI hacia los países en desarrollo ha colocado a América Latina en desventaja desde los años 70, estas condiciones se han agravado en las últimas décadas. Peor aún, mientras la región realiza enormes esfuerzos de acomodo a los términos asimétricos de acuerdos como el TLC con Estados Unidos con el propósito, entre otros, de favorecer la captación de capitales, el flujo sigue orientándose al Asia y, específicamente, a China. Es más, no obstante el decrecimiento de los flujos de la inversión extranjera a los países en desarrollo, China es uno de las pocas economías que muestra cifras consistentemente incrementales. Así, si en el 2000 China absorbió US$ 40715 millones, en el 2003 captó US$ 53505 millones mientras que en Suramérica la inversión extranjera caía de US$ 57852 a US$ 21268 en el mismo período (50% de los cuales se concentra, además, en el Brasil) según UNCTAD. Como es obvio, esta ventaja estructural no se debe a la desregulación o la flexibilidad del mercado chino sino a la presencia de multinacionales que saben explotar un mercado bastante imperfecto del que el Estado huésped obtiene extraordinarias ventajas. Mientras los latinoamericanos sigan percibiendo a China como el Estado que "mejor aprovecha las condiciones de la globalización" y deslumbrándose por su antigua habilidad de conducirse como gran potencia, nuestra capacidad de competir con una economía regimentada por un gobierno totalitario se verá seriamente mermada por irresponsable desatención propia. Y si nuestros diplomáticos y empresarios prefieren no confrontar el desafío chino en los foros correspondientes para concentrarse sólo en las oportunidades de negocios de corto plazo, Latinoamérica seguirá incrementando el desbalance de su inserción económica extraregional, ampliando la vulnerabilidad consecuente y condicionando su crecimiento a los desequilibrios de la economía global de los que China es importante coautor.
Alejandro Deustua
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