En un escenario de desaceleración económica global que articula un clima de pesimismo generalizado, la 19ª cumbre APEC realizada en Hawai muestra al mundo realidades regionales de progreso real en la región Asia-Pacífico. En ese marco se producido, además, una innovación estratégica mediante la puesta práctica de nuevas prioridades de la primera potencia en Oceanía y el Sudeste Asiático.
Nada de ello evade la realidad de las incrementales tendencias contractivas en los países de la OECD (-1.3% interanual) agravadas por la desaceleración de las cuatro potencias emergentes más notorias: China (-1.5%), India (-7-7%), Brasil (-7.7%) y Rusia (0%) han suspendido su capacidad propulsora cayendo en setiembre en relación a 2010.
Pero si desde los países desarrollados, la mejor noticia provino de Japón, que creció 1.5% en el tercer trimestre en relación al mismo período del año pasado, ésta mejoró con la decisión de los miembros de la APEC de persistir en sus esfuerzos de apertura para una región que representa el 44% del comercio y el 54% del PBI globales.
Aunque el año pasado se venció el plazo para los países desarrollados integrantes de esa entidad de cooperación de lograr una apertura comercial y de flujo de capitales mayor según los “objetivos de Bogor” comprometidos en 1994, el esfuerzo continúa de cara al 2020 cuando esa apertura debe ser cuajada por los países en desarrollo de la zona.
Por lo demás, el rasero de 2010 no ha sido superado infértilmente si se considera que la liberación arancelaria en el área ha progresado cayendo de 7.1% a 3.9% en promedio entre 1996 y el 2008, y que el acceso libre a los mercados del Pacífico por sus miembros ha aumentado de 42.1% a 60.1% en ese mismo período según el gobierno australiano (1). Ello ha implicado un comercio equivalente a US$ 11.4 millones de millones en bienes y de 2.4 millones de millones en servicios en el 2009 además de un crecimiento de los flujos de ingreso y salida de inversión extranjera directa a tasas anuales de 13% y 12% en relación al 2004 según el gobierno norteamericano.
La mala noticia al respecto es que los países del Pacífico suramericano participan en dimensiones extraordinariamente minoritarias de esos intercambios creadores de riqueza. Pero su presencia crecerá gracias al impulso de las negociaciones del denominado “acuerdo estratégico transpacífico de asociación económica” cuyo débil núcleo original (vigente desde el 2006) se transferirá a un centro mucho mayor con la participación de Estados Unidos y el anuncio de interés, mostrado en la cumbre de Hawai, por Japón, Canadá y México. Estos últimos tres países se sumarían a las nueve que ya han avanzado en las negociaciones de ese acuerdo de libre comercio (además del P-4 original formado por Brunei, Chile, Nueva Zelanda y Singapur participan del proceso innovador Perú, Estados Unidos, Viet Nam y Malasia). Los representantes de esos países anunciaron en Hawai la culminación de la definición de los lineamientos del acuerdo.
En momentos en que la ronda Doha está paralizada y que los miembros del G20 y del APEC han coincidido en que la única forma de progresar en ella es meditante “enfoques frescos” este acuerdo puede devenir en el gran estimulador de esa negociación multilateral. Si se tiene en cuenta que los países que participan en la negociación del acuerdo transpacífico tienen, en conjunto, una participación en el mercado global que compite con la Unión Europea, la única forma de evitar la mayor fragmentación global y la consolidación de los regionalismos geográficos, será retomar las negociaciones del acuerdo multilateral que patrocina la OMC. La Unión Europea, a pesar de su pésima situación económica, tiene aún sustento para comprometerse en ese nivel incrementado por un interés estratégico.
Especialmente ahora que Estados Unidos ha decidido iniciar la implementación militar su nueva doctrina de seguridad priorizando la región del Pacífico mediante el despliegue de tropas en Australia. La activación de viejas alianzas oceánicas, como el ANZUS, a las que se suma la innovación de los acuerdos de cooperación filipino-norteamericanos con una “asociación para el crecimiento” y la renovación de la vieja alianza militar entre esos dos Estados. La magnitud de estos acuerdos, que fortalecen en el Pacífico la asociación entre países liberales, ha motivado la reacción china que ha precisado su dimensión geopolítica.
América Latina –salvo por el ambivalente TIAR- no participó de las alianzas militares norteamericanas de la inmediata postguerra que hoy se reactivan en un contexto regional de integración y uno global de crisis. Los países del Pacífico sur suramericano no pueden quedarse anclados en su excepcionalismo continental viendo como a la prosperidad del Asia sigue el fortalecimiento de las alianzas de seguridad transpacíficas. Estamos en tiempos cambiantes y, en consecuencia, debemos actuar evitando los errores de la neutralidad del pasado que nos han llevado a perder distancia de la evolución asiática. Las consecuencias estructurales de esa marginación no se reflejan, ni se reflejará, en mayor prosperidad ni en incrementos de seguridad a pesar de los riesgos que definen al continente asiático.
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