La inmensa convulsión social que agita el Norte de África y el Medio Oriente tiene claras dimensiones sistémicas. Éstas se expresan geopolíticamente demandando acceso compensatorio a parte del 45% de las exportaciones globales de petróleo que produce la OPEP, alertando sobre el uso de las principales rutas y pasos marítimos del área, alterando el balance de poder en el escenario del mayor conflicto regional, arriesgando allí la guerra interestatal, sembrando dudas sobre el rol en él de las principales potencias e impulsando un clima de protesta que alcanza a otros Estados totalitarios (China) y algunos que no lo son (India).
La dimensión económica de esta gran convulsión expansiva se expresa, como es evidente, en el incremento sustancial del precio del petróleo y su impacto en los alimentos y otros commodities, en la generación de desconfianza financiera distrayendo recursos en bienes de refugio (el oro ha alcanzado precios récord) y en la puesta a prueba de la recuperación global.
El costo de los golpes de Estado en Túnez y Egipto, de la guerra civil en Libia y de las reformas reclamadas en los países ribereños del Mar Rojo, el Golfo Arábigo y en Asia Central es inmenso y bien valdría la pena si éste concluyera en el establecimiento de un orden democrático liberal en el Medio Oriente y el Norte de África. Pero la organización social del escenario no asegura que sus ansias de libertad devengan en democracias representativas ni en economías de mercado plenas.
Es más, al incremento del riesgo político en la zona, cuya atención en otras áreas ha resurgido (aunque en América Latina éste subió sólo 5 puntos en febrero), se sumará la incertidumbre sobre cualquier orden que emerja en ella aunque éste resultara mejor.
Dada la magnitud de estos hechos y de su imprevisión oficial resulta increíble que entidades prospectivas no puedan hoy sopesarlos adecuadamente.
En el caso de la omisión preventiva nos encontramos frente a una falla sistémica de los servicios de inteligencia que antes tampoco pudieron anticipar la quiebra del imperio soviético, la dimensión de la guerra de los Balcanes o la secuencia de la guerra de Irak. En el caso insuficiencia evaluatoria hoy nos topamos aún con la soberbia de agencias que no atisbaron casi ninguna de las crisis financieras de la última década del siglo XX y menos la gran crisis del 2007-2009 ni sus efectos residuales.
Así, por ejemplo, el socio europeo de un gran think-tank latinoamericano que en febrero dio cuenta de la mejora del clima de negocios en la región, acaba de anunciar que, en el contexto de la mejor perfomance global desde el 2007, el clima económico del Medio Oriente de enero empeoró “ligeramente” debido a “expectativas menos positivas para los próximos seis meses”. Esta minimización de los hechos padece de la misma irresponsabilidad con la que las calificadoras de riesgo pavimentaron el camino de la crisis pasada. El G20 debería ocuparse también de estas despistadas o interesadas evaluadoras.
留言