El tercer ensayo nuclear llevado a cabo por la República Popular Democrática de Corea contra lo dispuesto por el Consejo de Seguridad (y, en apariencia, contra la voluntad china), ha acercado enormemente a Corea del Norte a la adquisición del status de potencia nuclear.
Bajo esa hipótesis, que implica que ese estado totalitario ya tiene la masa crítica necesaria para desarrollar la bomba, lo que resta a la comunidad internacional es tratar de evitar que éste complete el desarrollo del arma nuclear (tarea bastante improbable) y su instalación en misiles cuyo progreso parece también considerable. En cualquier caso, Corea del Norte, aún careciendo hoy del status nuclear, se comparta como si lo tuviera vulnerando adicionalmente el régimen de no proliferación cuyo tratado denunció en 2003. En consecuencia, debe ser tratada con más firmeza aún de la que merece un estado común al margen de la legalidad internacional…o que se esté dispuesto a negociar con ella in extremis.
En efecto, según algunos expertos el SIPRI Corea del Norte ya tiene material para producir entre 6 y 8 bombas nucleares de uranio o plutonio con una potencia, según expertos del CFR, de entre 4 y 7 kilotones. Lo que resta conocer es el material con que las construye o las construirá (uranio o plutonio). Es más, en tanto que las pruebas nucleares adicionales ya anunciadas por ese Estado a pesar del rechazo general que el reciente experimento ha causado tiende a mostrar la incapacidad comunitaria de disuadir a Corea del Norte, aquéllas confirmarían que esa potencia ya posee esa capacidad.
De otro lado, la lentitud de la reacción operativa del Consejo de Seguridad ante el ensayo coreano realizado hace pocos días, indica que sus miembros debaten medidas más complejas que las medidas coercitivas de carácter financiero, económico y de prohibición de ventas o transferencias de equipos y tecnología militar contenidas en las resoluciones 1718, 1874 y 2087 (que se enmarcan en el artículo 41 de la Carta de la ONU relativo a medidas que no implican el uso de la fuerza).
Mientras la nueva Resolución del Consejo de Seguridad se negocia, este organismo ha adelantado su “fuerte” condena al desafío norcoreano y lo ha calificado, a través de voceros, como una “grave violación” de las disposiciones relevantes que pone en riesgo la paz y la seguridad internacionales y que altera la seguridad regional del área.
A esta reacción diplomática deberá seguir la adopción de medidas coercitivas adicionales cuyo stock en el ámbito del artículo 41 se está agotando. De momento no se espera el recurso a medidas bajo el artículo 42 que impliquen el uso de la fuerza aunque ahora esté claro que las sanciones bajo el artículo 41 no han dado resultados. Al respecto sólo resta incrementar el rigor de las medidas incluyendo el corte de toda asistencia que no sea la estrictamente humanitaria o, bajo la presión de toda la comunidad internacional, pasar a conversaciones que paralicen primero y reviertan después el armamentismo norcoreano.
Sin embargo, frente al fracaso de anteriores experiencias en la materia (las negociaciones de las “Seis Partes” que incluían a Corea del Norte, Corea del Sur, Estados Unidos, China, Rusia y Japón, quizás se requiera de un nuevo formato y/o incrementar los estímulos y los castigos que se pudieran llevar a la mesa.
Para incrementar la eficacia de estas conversaciones, la primera alternativa podría, en una instancia inicial, la reducción del formato negociador a China y Estados Unidos con los demás miembros del grupo de los Seis participando en un plano secundario. Para ello se requiere, sin embargo, que China esté dispuesta a presionar fuertemente a su socio asiático. Y no es esta la tendencia que se ha mostrado últimamente.
En efecto, a pesar de que China aprobó la Resolución 2087 que condenó el despliegue y lanzamiento de un misil balístico norcoreano (que Corea del Norte describe como el vector multietapas necesario para ejercer su derecho de exploración espacial), China suavizó el contenido coercitivo de esa Resolución contribuyendo a impedir el aislamiento norcoreano.
Por lo demás, la afirmación de que Corea del Norte haya adquirido una autonomía de conducta en relación a una potencia mayor como China de la que aquélla depende casi completamente para su supervivencia no parce verosímil. Y mucho menos creíble es que China carezca de influencia sobre ese Estado en asuntos estratégicos. Lo contrario (que China puede establecer las condiciones de la seguridad norcoreana, entre ellas la nuclear) es una hipótesis más razonable. Si esa hipótesis corresponde a la realidad, China debe ejercer su responsabilidad. En lo que hace a Estados Unidos, las opciones son más limitadas. Como es imposible que la superpotencia ponga en la mesa de negociaciones el eventual reconocimiento del status de potencia nuclear a Corea del Norte para limitar su poder, que considere una alternativa militar al margen de la reacción china o que inclusive aumente considerablemente la ayuda económica bajo condiciones de austeridad, quizás el estímulo mayor sería el ofrecimiento de un acuerdo de paz definitiva que supere el armisticio que marcó el cese de hostilidades en la península coreaba en 1953. Ello facilitaría la reconciliación entre las dos Coreas quizás en correspondencia con una posición más flexible del régimen entrante en Corea del Sur (Park Chung-hee que debe asumir a finales de febrero).
El problema al respecto es que Corea del Norte probablemente no desee, bajo ninguna hipótesis, revertir su avance nuclear cuando el status de potencia de ese calibre está al alcance de la mano (el mencionado anuncio sobre un par de pruebas adicionales a desarrollarse en el transcurso de este año así lo indica). Esta situación supera las hipótesis de que la prueba de febrero se debió sólo a una reacción a la Resolución 2087 del Consejo de Seguridad en respuesta al ensayo misilero-satelital de diciembre de 2012; o la que asume que el nieto de Kim Il sung sólo está probando su fortaleza en un período de transición. Ojala fuera así, pero la tentación de adquirir un poder nuclear disuasivo en el mejor de los casos (y ofensivo en el peor) en función de la definición oficial de Estados Unidos como el gran enemigo, es demasiado grande si Corea del Norte ya tiene la capacidad crítica del caso.
De cualquier manera, el desafío norcoreano ya ha desestabilizado toda la zona del noreste asiático y ha debilitado el régimen global de no proliferación nuclear complicando el trato de la comunidad internacional –y del euro-norteamericano-israelí- con otros estados disfuncionales aspirantes al status nuclear como Irán.
El Perú ya ha expresado su preocupación al respecto. Pero no ha sido capaz de incluir esa preocupación en organizaciones regionales como la CELAC. Si una iniciativa similar no tuviera acogida en el MERCOSUR, el Perú deberá preocuparse de manera más práctica por el afán proliferador en el Asia y, quizás, en nuestra región.
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