26 de octubre de 2022
Este 30 de octubre los brasileños elegirán, en segunda vuelta, a su presidente teniendo en cuenta, quizás, menos las virtudes del candidato de su preferencia que los defectos del contrincante del que desean deshacerse.
De una manera u otra, el cálculo del elector brasileño no parece muy diferente de lo ocurrido en las últimas elecciones presidenciales peruana, argentina, chilena o boliviana. En ellas la división política ha derivado en confrontación descalificadora del contrario y en erosión de las bases democráticas en esta parte de Suramérica.
Si cada país tiene su propio derrotero, esa situación tiene, en el área, el marco del cambio de época dese finales del siglo XX: La apertura económica seguida de altas tasas de crecimiento y reducción de la pobreza frustrada por una crisis económica que ha contribuido a generar candidaturas polarizadas las que, a su vez, han cuestionado la ruta emprendida originalmente.
Parte del resultado confrontacional se explica, adicionalmente, por expectativas insatisfechas, parte por efectiva desigualdad económica y parte por la gran fragmentación política que los sistemas electorales reducen a dos opciones finales.
En efecto, en Brasil concurrieron a la primera vuelta 13 candidatos mientras que en Chile sumaron 7, 6 en Colombia, 8 en Bolivia y 18 en Perú. La depuración en torno a los dos primeros para la segunda vuelta sumaron opciones no propias…. salvo por su oposición al contrario.
Así en Brasil la candidatura de Lula es apoyada por los que se oponen a Bolsonaro en números que quizás no estén muy por debajo de los partidarios de ese líder y Bolsonaro probablemente agrupe todavía más apoyos contra Lula que los de sus propios partidarios. El enemigo une.
Y une más cuando al fin del ciclo económico se unen previos cambios de ruta y, al final, la desesperanza colectiva. En efecto, el éxito de la socialdemocracia brasileña (Cardoso) en estabilizar y abrir la economía eliminó obstáculos para la elección del socialista Lula a condición de que éste siguiera el camino trazado. El giro hacia el mayor gasto redistributivo (en un proceso de desindustrialización sin la creación de nuevas fuentes de crecimiento) permitió la elección de la correligionaria Rousseff (TE). Ésta exacerbó la tendencia fiscal cuando la crisis global del 2008-2009 ya había ocurrido y la gran corrupción del PT era manifiesta. Ello intensificó el descontento hasta promover su desafuero.
En el marco del desastre emergió la candidatura ultraconservadora y el triunfo de Bolsonaro. A sus desafiantes aristas se sumaron los grandes shocks de la pandemia y de la guerra en Ucrania sin que el gobernante contara con las calidades e instrumentos de gobernanza requeridos por las circunstancias (Idem).
Ello ha permitido el retorno exacerbado de la candidatura de Lula quien no parece haber desarrollado virtudes propias adicionales para consolidar un liderazgo que asegure su victoria en segunda vuelta.
Cualquiera que sea el ganador, tendrá un estrecho margen de acción económica teniendo en cuenta la proyección recesiva de la economía global, las políticas de ajuste antinflacionarias (que debieran limitar el gasto) y el bajo crecimiento esperado de la economía brasileña en el corto plazo (2.8% en 2022 y 1% en 2023 por debajo del 3.5% y 1.7%, respectivamente, proyectado por el FMI para la región).
Si bien esta situación de debilidad económica es compartida por el conjunto hemisférico, el bajo crecimiento brasileño se enmarca en un deterioro sostenido de perfomance (un promedio de 0.3% en los últimos 10 años), baja productividad y acumulación de capital, un ambiente empresarial no favorable e intervención estatal ineficiente según el Banco Mundial.
Ello no obstante, el Ministro de Economía Paulo Guedes (quizás el funcionario de mayor credibilidad del gobierno de Bolsonaro) ha comunicado al FMI mejoras del sector a su cargo: El déficit fiscal ha caído desde el 10% del PBI de 2020, la recaudación tributaria se ha incrementado a 17.5% y la relación PBI/deuda se ha reducido de 89% a 77.5% en agosto mientras el desempleo se reduce y la inversión crece.
Aún así, el deterioro del status de la economía brasileña no ha sido corregido (de ser la 6ª economía en 2011 es hoy la 12ª) mientras que el cambio estructural, que incluye un tránsito de la desindustrialización al retorno a una economía exportadora de productos agrícolas, no ha culminado en una modernización tecnológica consolidada (TE).
Esa transición inconclusa se ha expresado en la política exterior brasileña restringiendo el ámbito de su cobertura internacional y de compromiso externo limitado por el propio presidente y por la erosión institucional de Itamaraty.
En efecto, la relación con Estados Unidos se ha debilitado por el alineamiento con la presidencia de Trump marcado por las preferencias conservadoras del presidente brasileño y de su primer Canciller Ernesto Araujo. Éste renunció bajo presión interna debido a las críticas que dirigió contra China (imputada de ser el origen del COVID 19 y de proveer vacunas de baja calidad) y Estados Unidos ya gobernado por el presidente Biden (DW).
Esas críticas coincidían con planteamientos públicos de Bolsonaro que no se enmarcaban en el tradicional interés nacional del Brasil e iban a contramano del vínculo con China (que es el primer socio comercial del Brasil y gran consumidor de exportaciones agropecuarias).
De otro lado, la progresiva desindustrialización (especialmente en el sector automotriz) fue afectando la prioritaria relación con Argentina al tiempo que China desplazaba a Brasil como principal socio comercial argentino.
En buena medida, ello ha impactado la relación con MERCOSUR impidiendo que esa agrupación pueda superar los obstáculos que impiden su plena integración. De ello se desprende, además, la escasa importancia que Bolsonaro ha otorgado a la integración regional pero sin que ese desinterés devenga en un sesgo anticomercial.
En efecto, la relación de Brasil con el mundo ha sido apuntalada por la negociación de 15 nuevos acuerdos comerciales desde 2019 (incluyendo los logrados con la Unión Europea, el EFTA y Singapur), según el Ministro de Economía Guedes.
Ello no obstante, políticas anti-globalistas (especialmente anti-ambientalistas y a favor de la deforestación) han impedido adicionalmente una buena relación con Estados Unidos y la Unión Europea.
En ese marco, las visitas presidenciales a Rusia días antes de la invasión a Ucrania priorizando la relación agropecuaria, a China y a países europeos contestarios como Hungría sin lograr presencia en Washington, ha magnificado la percepción de “aislamiento” del Brasil, intensificado el poco interés mostrado por los miembros de la OCDE por la postulación brasileña a esa entidad e intensificado la prioridad de los BRICS a pesar del debilitamiento brasileño (El Cano, ISPI).
En ese marco, muchos esperan un “retorno a la normalidad” si triunfa Lula. Éste reiterará la importancia del multilateralismo y la solución de problemas globales aunque no necesariamente el ingreso a la OCDE que el excanciller Celso Amorim no considera de interés brasileño (Idem). Y no podrá haber “normalidad” en Suramérica en tanto no se resuelvan los casos de corrupción patrocinados por entidades oficiales brasileñas bajo el gobierno de Lula y Rousseff.
Finalmente, cualquiera que fuera el resultado de este 30 de octubre, Bolsonaro se ha asegurado un buen posicionamiento parlamentario y en gobernaciones estaduales. En Diputados tendrá la mayor bancada, en Senadores habría logrado más de la mitad del tercio en disputa y en los estados federados tendrá dominio en los principales como Río de Janeiro y Sao Paulo. Si ello brinda estabilidad a Brasil, está por verse.
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