A pesar del importante esfuerzo de coordinación económica desplegado por el G-20, las fuerzas fragmentadoras fortalecidas por la recesión se despliegan de manera más organizada. Éstas, a su vez, influyen en el campo de la seguridad, retroalimentando las dinámicas de poder emergente desde el fin de la Guerra Fría.
Una de esas fuerzas es la del regionalismo “ecológico” sustentado en un nacionalismo sui generis que se identifica como antagónica a la interdependencia global. En América Latina esa fuerza ha encontrado corporeidad en el ALBA que acaba de realizar su sétima cumbre en Bolivia.
A falta de organización que la contrapese, el ALBA acapara el diagnóstico político regional de la crisis económica. Y, en medio de la anarquía que neutraliza al Grupo de Río, al MERCOSUR y a la Comunidad Andina y del desequilibrio estratégico en el área, el ALBA pretende definir la agenda de la integración planteando, además, las bases de una alianza militar que confronta al sistema hemisférico de seguridad colectiva.
No satisfecha con haber contribuido a entrampar el proceso de integración vigente, el ALBA se proponen reemplazarlo con uno alternativo: el ALBA-TCP. Cuestionando ideológicamente los fundamentos de la integración de mercados con el oropel de la “solidaridad” y de la “cooperación” sui generis, esa organziación pretende cancelar lo que queda de la zona de libre comercio regional que la ALADI, no han sabido consolidar. Al respecto, el ALBA ha diseñado dos instrumentos que, aunque destinados al fracaso, pueden tener hoy influencia desestabilizadora: el “tratado de comercio de los pueblos” (como opuesto a los acuerdos de libre comercio y de complementación económica vigentes en el área) y la empresa “grannacional” (en contraposición tanto a la empresa transnacional como a las irresponsablemente abandonadas empresas mutinacionales andinas).
A este instrumental desarticulador del intercambio de bienes y servicios que se fundamenta es el cuasitrueque y la asignación estatal de recursos, se ha añadido uno financiero: el SUCRE (Sistema Unitario de Compensación Regional de Pagos) para eliminar la dependencia del dólar y lograr independencia monetaria.
Aunque las economías dolarizadas del ALBA (como Ecuador) no podrán hacer mucho al respecto, el punto es que la iniciativa es parte de un movimiento general contra el predominio de la divisa norteamericana. A favor de la cancelación se ha pronunciado desde el señor Zoellick (Banco Mundial) hasta los BRIC (que, junto con otra potencias, plantean un medio de cambio más balanceado al estilo SDR). Mientras tanto, el dólar va perdiendo sitio en el comercio intraregional asiático, lo ha perdido declarativamente en el intercambio argentino-brasileño (con efectos aún marginales) y ha sido cancelado, como es evidente, en el comercio intraeuropeo.
Si la debilidad del dólar postcrisis acarrea su sensato cuestionamiento como medio de cambio universal, otra cosa es el patrocinio de una corrida del dólar que generaría una crisis monetaria global. Si el ALBA plantea lo primero, quizás desea también lo segundo a pesar de su dependencia vital de la divisa norteamericana.
Para salvar al ALBA de sí misma y de los planes de desestabilización militar que fragua, los Estados latinoamericanos sensatos ya no pueden dejar hacer y dejar pasar.
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