Alejandro Deustua

12 de nov de 2007

El Agresor Impune

Entre otro instrumental hostil, Hugo Chávez ha incorporado la agresión verbal a su política exterior. Con el afán de ganar notoriedad, colocar al rival de turno a la defensiva e influir eficazmente en las "cumbres alternas", Chávez arremete contra el contrario preferido redefinido como enemigo. Si sus propósitos son tácticos, éstos traducen incremental violencia antisistémica sustentada en un régimen orientado al totalitarismo, que se ampara en la dictadura castrista y manipula crudamente a aliados belicosos (el señor Morales, el señor Ortega).
 

Chávez no valora el multilatilateralismo como escenario de entendimiento. Lo emplea para derruir imaginariamente el orden global (la ONU), neutralizar más el hemisférico (la OEA), bloquear uno emergente (el iberoamericano) o coactar el subregional (la CAN, el MERCOSUR). Para ello elige al antagonista que le rinda mayor prestigio matonesco que él identifica como poder. Y aprovecha la flexibilidad de las reglas del foro, la indisposición de quien está a cargo para frenarlo y una autopercepción de intocable que arguye la identificación del Estado que representa con discrecionalidad insultante.

Jugando al rol de Guevara en Punta del Este o imitando al Kruschev del zapatazo, Chávez desea una guerra fría en la región. Estados serios como el Perú, Chile o Brasil deben poder contenerlo. Si ello es demasiado riesgoso, la diplomacia deberá recordar las reglas coactivas del protocolo original. Especialmente cuando Chávez decida repetir el plato en la cumbre América Latina-Unión Europea.

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