Alejandro Deustua

14 de ago de 2015

China: Tres Devaluaciones “Sucias”

A contrapelo de la volatilidad que genera el próximo incremento de las tasas de interés por el FED que esta institución ya ha anunciado (aunque sin precisar cuándo ocurrirá), las autoridades monetarias chinas han sorprendido al mundo (y especialmente a las economías emergentes) con tres devaluaciones seguidas del yuan.

Aunque el FMI haya evaluado la materia con excesiva parsimonia y las proyecciones de crecimiento global se mantengan con llamados a la calma por agencias especializadas (Bloomberg), esta serie de súbitas intervenciones de las autoridades chinas en su mercado cambiario no es ortodoxa ni en la forma ni en el fondo.

De otro lado, si a la consecuencia de una fuerte volatilidad en los mercados emergentes se añade ahora el incremento de la incertidumbre sobre los fundamentos de la economía China (y, por tanto, sobre su demanda), la consecuencia en expectativas decrecientes de las economías emergentes en relación a China ocurre en el marco de la nueva dependencia que éstas han dejado evolucionar a partir del boom de los precios de los commodities que tuvo como centro a la potencia asiática.

Es así que el precio por el retorno a una “normalidad de escaso crecimiento” ha subido ahora para las economías emergentes afectadas. Hoy éstas tienen que pagar triplemente: primero con la fuerte desaceleración de su crecimiento agravado por la falta de diversificación económica, segundo con una forzada transición hacia una diversificación económica en momentos de debilidad; y tercero, con el financiamiento por las economías emergentes de la transición de la economía china (de una basada en exportaciones a otra que privilegia el consumo).

En cuanto a la manera cómo se ha producido los tres acontecimientos devaluatorios en la potencia asiática debe decirse que si el FMI considera que esa devaluación se ha realizado cumpliendo con los protocolos del caso, quizás el FMI haya olvidado que el protocolo principal es el de la prudente alerta sobre un hecho de esta naturaleza especialmente cuando un gobierno es el operador.

En lugar de ello, las tres devaluaciones consecutivas no sólo revelan imprudencia en las autoridades chinas sino improvisación al tiempo que pueden constituir eventualmente una expresión de poder. Sobre lo primero la pregunta fundamental al respecto, es ¿por qué no se procedió de una sola vez si la devaluación no iba ser mayor? Y en relación a la segundo cabe preguntarse si los tres episodios señalados se debieron sólo a la ineficiencia en la evaluación de la decisión o si, más bien, se intentó probar la reacción externa.

Aunque el total de la devaluación China haya bordeado el 3% (una tasa mucho menor que las devaluaciones que han sufrido en relación al dólar las monedas nacionales en el ámbito global en los últimos años –entre 8% y 15% según la fuente-) y aunque la devaluación del yuan sea aún menor en relación las devaluaciones de facto lationoamericanas en relación al dólar, la reacción tecnocrática del FMI deja por fuera, demasiado dócilmente, la variable de la ineficiencia y la de la proyección de poder.

En efecto, la segunda economía del mundo con US$ 3.73 trillones de reservas ha probado que tiene la capacidad de desestabilizar el sistema cambiario global mediante la alteración del valor de su moneda por escaso margen por decisión propia y no por la de especuladores.

Si en este caso, ello se ha debido oficialmente a una corrección que debía hacerse sobre un yuan excesivamente fuerte que repercutía en la capacidad exportadora china, la forma en que se ha procedido (de manera sucesiva y por sorpresa en los tres casos) no sólo revela una capacidad de alterar la conducta cambiaria de los demás (que es un dato de la realidad) sino la disposición de hacerlo de mala manera.

Como ha ocurrido antes con el dólar (el caso más saltante es la decisión unilateral norteamericana de quebrar la relación con el oro en 1971), China acaba de demostrar, aunque menos radicalmente, su poder monetario sabiendo que las economías más ligadas a esa potencia deberían también devaluar.

En el proceso, probablemente ha incrementado la intensidad de la especulación en los mercados, mientras que las consecuentes devaluaciones ajenas pueden generar la percepción de que nos hemos acercado excesivamente al mundo de las devaluaciones competitivas.


 
Por lo demás, en nuestro caso, el efecto devaluatorio se ha sumado a la tendencia pre-existente motivada por las salidas de divisas que ha generado la decisión aún no materializada del FED y por el recorte de ingresos derivados del recorte de nuestras exportaciones (fundamentalmente de commodities a China).

De otro lado, aunque se considere que China es una economía de mercado (ese reconocimiento se la ha otorgado instrumentalmente para que esa potencia se pueda incorporar a instituciones globales como la OMC), el hecho es que las instituciones chinas a cargo de la política monetaria no están completamente comprometidas con el mercado (es decir con los precios que deben derivarse del libre juego de la oferta y de la demanda) en tanto dependen aún, en medida significativa, del Partido Comunista.

Ciertamente ello da margen a la arbitrariedad ayudada por la falta de transparencia. Esta arbitrariedad se ha probado cierta en el manejo de tres devaluaciones sin que las autoridades chinas recurran a algún mecanismo de señales como corresponde a un comportamiento normal.

Finalmente, en lo que nos toca, la política china de ganar participación América Latina a punta de promesas de inversión queda ilegitimada con este tipo de conducta. Más aún cuando ésta se reflejará en pérdida de términos de intercambio con esa potencia en tanto las abultadas exportaciones chinas a nuestros mercados se abaratarán aún más y nuestras exportaciones sufrirán más por la menor demanda, salvo que la economía china vuelva crecer por exportaciones, que no es la tendencia.

Ésta es la hipótesis de The Economist: una China que se contrae vs. unos Estados Unidos que se recuperan. Esto último es una buena noticia para los emergentes y para el mundo. Pero es insuficiente para generar estabilidad general.

En consecuencia, ahora que la proyección a la cuenca del Pacífico es parte central de nuestra política exterior, reexaminar sus costos y sus condiciones estratégicas en términos de dependencia y vulnerabilidad en contraste con sus ventajas y oportunidades ciertamente no está de más.

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